—¡Vete, no quiero verte, Sebastián!
Melissa se cruzó de brazos, firme y desafiante, con la mirada fija y dura como el acero.
Ellyn entró, estaba furiosa de que Sebastián hubiese entrado y sin permiso.
—Soy el padre de tu hija —dijo él con un tono áspero, casi exigente—. Tendrás que verme, quieras o no. Pero dime, ¿y este hombre que hace aquí? ¿Ya saltaste a otro que no va a elegirte? —su voz se quebró un poco, aunque intentó disimularlo.
Melissa avanzó unos pasos, el corazón latiendo acelerado, pero sin mostrar debilidad, y de repente le propinó una bofetada tan fuerte que el sonido retumbó en el ambiente.
—¡Basta! —sentenció con la voz firme—. No tienes derecho a hablar así, ni a cuestionar nada.
—Melissa... —intentó disculparse él, con una mezcla de dolor y arrepentimiento en la mirada—. Lo siento, de verdad...
—¡No vuelvas a ofenderla! —intervino Rodrigo, con voz firme y protectora. Sin pensarlo, empujó al hombre con fuerza para alejarlo.
Y Sebastián lo empujó con tal fuerza que lo