Al día siguiente.
Melissa volvió a casa. El viaje de regreso fue silencioso, como si las palabras se hubieran quedado atoradas en su pecho desde el hospital.
Apenas cruzó el umbral, sus pasos la guiaron instintivamente hasta la habitación de su hermana. La buscaba. Necesitaba verla. Necesitaba ese refugio.
Ellyn abrió la puerta justo cuando Melissa iba a tocar. No dijeron nada. No hizo falta.
Apenas se miraron, Ellyn extendió los brazos con un temblor en la voz.
—¡Melissa!
La abrazó con fuerza, como si con ese abrazo pudiera borrar el dolor de los días pasados.
Melissa rompió en llanto, hundiendo el rostro en el cuello de su hermana. Era una mezcla de culpa, alivio, miedo… todo revuelto.
—Perdóname, Ellyn… —susurró entre sollozos—. Perdóname por pensar mal de ti, por dudar, por dejarme llevar por el dolor. ¡Lo siento tanto!
Ellyn negó con la cabeza, acariciándole el cabello con ternura.
—No tienes que disculparte, hermana. Te entiendo… demasiado bien. Cuando una ama y duele, el corazón