Los billetes crujieron entre los dedos de los hombres.
Rieron, satisfechos, mientras contaban una y otra vez el dinero manchado de miseria.
Cada cifra representaba el valor de un ser humano reducido a mercancía.
—Con esto nos vamos de fiesta, ¡somos ricos! —dijo uno de ellos, relamiéndose los labios—. Pero primero… hay que jugar con el premio.
Volvieron a la habitación.
El aire estaba helado, como si la tristeza y el miedo hubieran congelado hasta las paredes.
Abrieron la puerta con brusquedad, haciendo que la luz amarillenta del pasillo se derramara sobre el suelo sucio.
Ellyn levantó el rostro apenas, con los ojos abiertos, enormes, horrorizados.
Estaba atada a una silla vieja, el cuerpo temblándole por el frío, por el miedo… por todo.
Su alma ya no lloraba, estaba petrificada. Solo deseaba desaparecer.
Morir. Cualquier cosa antes que vivir lo que sabía que estaba por venir.
—Ahora sí —murmuró uno de ellos, con voz rasposa, lasciva—. Es hora de disfrutar de esta belleza.
Uno se acercó y comenzó a desatarle las muñecas, con movimientos lentos, disfrutando cada segundo del terror que reflejaban los ojos de Ellyn.
Luego le quitó la mordaza de la boca, y el nudo en los tobillos. Ella apenas podía moverse, las extremidades entumecidas.
Cuando la jaló de la silla, Ellyn reaccionó por puro instinto.
Intentó correr. Un solo paso. Solo uno. Pero fue inútil.
—¡No! —gritó, desesperada.
Uno de ellos la agarró del cabello y la lanzó con fuerza contra el suelo.
El impacto la dejó sin aire. El dolor le recorrió la espalda. Intentó gatear, pero unas manos fuertes la sujetaron con violencia.
—¡Déjenme! ¡No! ¡Por favor! —suplicó, con la voz rota, mientras se revolvía con lo poco de fuerza que le quedaba.
El otro sacó una jeringa y sin dudarlo le clavó la aguja en el brazo.
—¡NO! ¡NOOO!
El grito de Ellyn fue desgarrador, lleno de horror y desesperación.
El líquido ardió como fuego dentro de sus venas.
—Tranquila, preciosa —dijo uno, acariciándole la mejilla con repugnante ternura—. Esta droga te va a poner bastante… dispuesta. Ya verás, vas a rogar por nosotros.
Las lágrimas comenzaron a brotar sin control.
El terror ya no era una emoción: era una presencia viva, que le apretaba el pecho y le robaba el aliento.
Uno de ellos comenzó a arrancarle la ropa. Cada botón que se desprendía, cada hilo que se rompía, era una herida más en el alma de Ellyn.
—¡Noooo! ¡Nooo! ¡Por favor, por favor…!
Gritaba, lloraba, se debatía con la poca energía que el miedo no le había robado.
La droga empezaba a actuar. Un calor extraño le recorría el cuerpo, confundiéndola, traicionándola.
Y entonces…
BOOM.
Un estruendo ensordecedor sacudió la habitación. La puerta voló en pedazos.
Un hombre apareció en el umbral.
Vestía un abrigo oscuro que ondeaba como capa, y en su rostro, una máscara metálica, plateada, brillando con la luz intermitente del pasillo.
El tiempo se detuvo.
Uno de los agresores se giró y, sin pensarlo, corrió hacia el intruso con una navaja en la mano.
—¡Te voy a matar, hijo de…!
Pero no tuvo oportunidad.
El extraño desenfundó una pistola con una precisión letal y disparó.
El proyectil le atravesó la pierna.
El hombre gritó como un animal herido y cayó de rodillas, llorando de dolor.
—¡Mi pierna! ¡Maldito!
El otro, desesperado, agarró a Ellyn y le puso la navaja en el cuello.
—¡Si te acercas, la mato! ¡No me jodas!
Pero entonces, otro disparo rompió el silencio, esta vez desde atrás.
El hombre cayó al suelo sin entender qué había pasado, los ojos abiertos, congelado en la sorpresa.
Entraron otros dos hombres encapuchados.
Todo fue caos. Sangre. Gritos. Lágrimas.
Ellyn no sabía si gritar o vomitar.
Su cuerpo temblaba, sus piernas no le respondían.
Se desplomó, pero antes de tocar el suelo, unos brazos fuertes la sostuvieron.
—Tranquila, estás a salvo —dijo una voz profunda, distorsionada.
Ellyn alzó la vista.
El hombre enmascarado la miraba. Solo podía ver sus ojos: brillantes, intensos, como brasas.
—¿Quién… quién eres tú? —sollozó ella, con la voz apenas audible.
El hombre no respondió.
La cargó con cuidado, como si fuera una muñeca rota. Ellyn, agotada, abrumada, cerró los ojos. El mundo se apagó.