Capítulo: Droga de la pasión

Cuando volvió en sí, no sabía dónde estaba. La habitación era cálida, pero ajena.

Una suave oscilación le dijo que estaba en movimiento, como si estuviera… ¿En un barco?

Ellyn se incorporó con esfuerzo. Estaba en una cama de sábanas blancas, con una manta sobre el cuerpo.

El mareo era leve, pero su corazón latía con fuerza.

Frente a ella, sentado en una silla, estaba el mismo hombre. La misma máscara plateada. El mismo silencio inquietante.

—¿Quién eres tú? —preguntó, su voz temblando, mientras se cubría el pecho con la sábana.

El hombre no se movió, pero sus ojos no se apartaban de ella.

—Soy tu salvador, Ellyn. ¿No deberías darme las gracias?

Ella lo miró, desconcertada. Esa voz… tan grave, tan firme. Había algo en su tono que le resultaba vagamente familiar.

¿Lo conocía? Un escalofrío le recorrió la espalda.

Ellyn bajó de la cama con torpeza. Se sostenía de las paredes.

—Pida el dinero que quiera. Lo pagaré. Solo… déjeme ir.

El hombre rio.

Un sonido bajo, casi sin alegría. Se puso de pie y caminó hacia ella. Cada paso que daba la hacía retroceder hasta chocar con la pared.

Ellyn respiraba con dificultad. El calor seguía dentro de su cuerpo, como una llama maldita que no se apagaba.

Esa droga… aún seguía surtiendo efecto.

—¿Y si no quiero dinero? —susurró él, con voz peligrosa—. Dime, ¿me pagarías con un beso?

Ellyn lo miró horrorizada, pero algo en su cuerpo reaccionó.

Un estremecimiento la recorrió.

Ellyn sentía cómo la piel le ardía, cómo el calor se propagaba desde su pecho hasta el borde de los dedos. La sustancia que le habían inyectado comenzaba a hacer efecto.

Su respiración se volvió errática, como si su cuerpo estuviera siendo invadido por una necesidad que no comprendía del todo, una urgencia salvaje que se apoderaba de cada fibra de su ser.

El hombre se acercó a la cama, sin prisas, como un cazador que ya sabe que su presa no escapará.

Ellyn retrocedió instintivamente, arrastrando su cuerpo contra las sábanas, aunque sabía que no tenía fuerzas para huir.

Él no se detuvo.

Al llegar junto a ella, le rodeó la cintura con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.

Sus dedos eran cálidos y fuertes. Ella intentó rechazarlo, sus manos se apoyaron en su pecho, pero el contacto la desarmó aún más.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Su aliento llegó hasta su rostro, tibio, cargado de deseo.

La máscara que él llevaba ocultaba todo menos sus labios... y fue entonces cuando la besó.

Ellyn se quedó inmóvil por un segundo.

El beso la envolvió como un vendaval. Sus labios eran dulces, pero intensos, exigentes.

Era la primera vez que otro hombre, que no fuera su esposo, la besaba. Sin embargo... ese beso tenía algo familiar a su esposo.

No en la forma, sino en la ambición.

Había un deseo crudo, innegociable, como si ese beso reclamara algo que le pertenecía desde siempre.

Ellyn quiso empujarlo, decir que no, suplicar por cordura. Pero su cuerpo... su cuerpo estaba traicionándola.

La droga intensificaba cada caricia, cada roce, como fuego, deslizándose por debajo de su piel.

Intentó aferrarse a algo, a una idea, a un pensamiento racional, pero el calor en su vientre, el temblor en sus muslos, la desarmaban.

Quiso arrancarle la máscara, necesitaba ver su rostro, saber quién era el hombre que la estaba desmoronando así.

Pero él le sujetó las muñecas con facilidad, levantándolas por encima de su cabeza, con una ternura que contrastaba con la intensidad de su mirada.

Entonces sus ojos se encontraron.

Había sombra en ellos, pero también una súplica disfrazada de amenaza.

—Te salvé la vida —susurró con voz grave, rasposa, casi rota—. Ahora... págame con tu cuerpo.

Y volvió a besarla.

Ese segundo beso fue devastador. Más profundo. Más feroz.

Ellyn sintió que algo dentro de ella se rompía.

 Todo se deshacía bajo la presión de esa boca que no le daba tregua. El deseo se convirtió en necesidad, una sed imposible de saciar.

El calor la dominaba, la embriagaba.

Todo pensamiento se apagó. Solo existía ese momento, ese hombre, ese roce de piel contra piel que la estaba convirtiendo en alguien desconocida incluso para sí misma.

La ropa cayó, una prenda tras otra.

Cuando él la tomó entre sus brazos, no hubo duda ni resistencia. Solo entrega.

Sus cuerpos se encontraron como olas que chocan con las rocas: con violencia, pero también con necesidad. El golpe de su cuerpo contra el de ella la hacía gemir de formas que jamás había escuchado salir de su propia boca.

Era fuego. Era hambre.

Era furia reprimida convertida en pasión.

Ellyn se dejó llevar. No por él... sino por ese deseo que se apoderó de su alma.

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