Federico abrazó con fuerza a su hermana, como si su abrazo pudiera protegerla de todo el dolor que la consumía por dentro.
—¡Eso no va a pasar, Melissa! —dijo con firmeza, su voz quebrándose por momentos—. ¡No puede quitarte al bebé, no vamos a dejar que lo haga! Conseguiré al mejor abogado, al más despiadado si hace falta. Te lo prometo.
Melissa asintió lentamente, recostando su rostro en el hombro de su hermano.
Pero, aunque sus labios se movían en señal de aceptación, su alma seguía en guerra.
Su corazón latía con un ritmo irregular, como si quisiera escapar de su propio pecho.
El miedo le trepaba por la garganta como un puño.
"¿Quién es ese hombre que ahora me quiere arrancar a mi hija?", pensó.
Sebastián ya no parecía el mismo.
No era el hombre del que ella se enamoró, ni el que un día le juró cuidarla siempre.
Era otro. Un extraño. Y eso dolía más que cualquier amenaza legal.
***
Esa misma noche, lejos de toda cordura, Sebastián tambaleaba entre las luces bajas y la música espes