La camioneta aceleró con furia, alejándose en medio del caos y dejando tras de sí el eco de los disparos que aún resonaban en el pecho de Ellyn.
Federico se quedó mirando cómo se perdía el vehículo en la distancia, con los ojos inyectados de rabia y el corazón latiendo a un ritmo descontrolado.
Aun temblando, se volvió hacia los hombros y luego, con una ternura desesperada, acunó su rostro entre sus manos, como si necesitara tocarla para convencerse de que estaba viva.
La recorrió con la mirada de pies a cabeza, frenético, angustiado.
—¿Estás herida? —preguntó, con la voz ronca por la adrenalina.
Ellyn no podía hablar. Estaba en shock. Le temblaban las manos, la respiración entrecortada. Tardó unos segundos en responder con un hilo de voz:
—No...
Y después, como si recién entonces cayera en la cuenta de lo que él había hecho, lo miró, desconcertada. En sus ojos había confusión, incredulidad.
—¿Y tú?
Él negó con la cabeza, su respiración también alterada.
—Estoy bien.
Pero Ellyn lo mira