Al día siguiente.
Federico recibió el video de seguridad en su oficina, y apenas lo reprodujo, sus ojos se llenaron de furia contenida.
La imagen de los hombres armados, apuntando sin piedad, disparando a matar, hizo que apretara los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
—¡Quiero que encuentren a estos tipos! —gritó, su voz temblando de rabia—. ¡Pagaré lo que sea necesario! ¡Solo quiero que me los traigan!
Su asistente lo miró con preocupación, pero asintió sin dudar.
—Contactaré a sus guardias personales. Ya mismo me encargo.
Federico se quedó mirando la pantalla, repitiendo la escena una y otra vez. La imagen de Ellyn en peligro, tan frágil, tan vulnerable... El recuerdo de su cuerpo temblando entre sus brazos lo atormentaba. Cerró los ojos, respirando con dificultad.
—No voy a permitir que le pase nada otra vez. No esta vez —murmuró para sí mismo—. Aunque ya no me ame... no voy a dejar que le hagan daño.
***
Lejos de allí.
Aranza caminaba de un lado a otro en la sala de