—¡Nadie va a hacerte daño, Ellyn! Yo voy a protegerte... te lo debo.
La voz grave, cargada de promesa y desesperación, resonó como un escudo invisible entre ella y el horror que había dejado atrás.
Ellyn lo miró, desorientada, el corazón golpeando con fuerza en su pecho, sin entender del todo quién era aquel hombre, ni por qué le hablaba con esa entrega feroz, como si su vida dependiera de ella.
Pero sus ojos… sus ojos hablaban un idioma que ella conocía. Dolor. Culpa. Lealtad.
—¿Quién eres tú? —susurró con voz rota, sus palabras temblando en el aire como un eco de algo ya perdido.
Él no respondió. Solo apretó con firmeza su mano entre la suya, tibia, decidida. El tacto era fuerte pero no agresivo. Protector. Urgente.
La llevó consigo por los pasillos del hospital, ya había pagado la cuenta, como si supiera que era necesario actuar antes de que la realidad los alcanzara.
Pero las miradas inquisitivas del personal comenzaron a perseguirlos.
Una enfermera murmuró algo a otra, una doctor