Melissa decidió llevar a Asha al hospital.
El miedo se le agolpaba en el pecho, pero no dejó que su rostro lo revelara.
Sebastián fue a su lado, serio, atento, como si algo más que la preocupación por la niña lo obligara a mantenerse cerca.
Durante todo el trayecto, Asha dormía en sus brazos con un suspiro leve, pero constante.
Una vez de regreso en la mansión, Melissa llevó a la pequeña directamente a su alcoba. La recostó con ternura sobre la cama, arropándola con sumo cuidado, como si el más leve movimiento pudiera romper algo.
Colocó almohadas a sus costados para que no rodara y, por un instante, se quedó observando cómo su respiración pausada llenaba de paz el aire.
Cuando se giró, Sebastián estaba allí, en silencio.
Sostenía una vieja fotografía entre los dedos: una imagen borrosa, gastada por los años, donde una niña de grandes ojos verdes sonreía al lado de un niño que la abrazaba con naturalidad. La nostalgia en el rostro de Sebastián era casi insoportable.
—¿Es Clark? —pregun