Los días que siguieron fueron un verdadero tormento para Federico Durance.
No dormía, no comía, no pensaba en otra cosa más que en ella.
Su mente era una espiral incontrolable de culpa, dolor y angustia.
Tenía a decenas de personas buscando cualquier pista, cualquier huella, cualquier testimonio que les dijera dónde estaba Ellyn Rezza. Pero nada. Silencio. Ausencia. Como si se hubiera desvanecido en el aire.
Mientras tanto, los expertos forenses continuaban con los últimos análisis del automóvil incendiado. El auto estaba calcinado casi por completo, pero lo que más perturbaba a todos era que no había ni una sola señal concluyente de que Ellyn hubiese estado dentro al momento de la explosión.
Ningún cuerpo. Ninguna mancha de sangre. Solo su bolso, un suéter y algunas pertenencias personales, intactas entre las ruinas.
***
A varios kilómetros de la ciudad, en una cafetería discreta y casi vacía, Samantha se reunía con su hermano Bartolomé.
Ambos llevaban gafas oscuras, como si quisieran