Un mes después
Ellyn se encontraba en aquella casa, lejos de todo lo que alguna vez conoció.
Rodeada por muros ajenos, con ventanas que daban al campo y al silencio, pasaba los días en una mezcla de paz forzada y ansiedad latente.
Cada amanecer era una promesa de olvido, pero cada noche la asaltaban los recuerdos como cuchillos.
—¿Crees que alguien me esté buscando? —preguntó con voz baja, casi temiendo la respuesta.
Sebastián, que estaba sirviendo dos tazas de té, la miró con seriedad y asintió.
—Te buscan, Ellyn. Federico Durance está siguiendo tus pasos… supe que descubrió que estuviste en el hospital. Tiene gente indagando.
Ellyn sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. El nombre de Federico ya no traía consigo mariposas, sino un torbellino de emociones contradictorias: amor, dolor, miedo… traición.
—¿De verdad… él quiso matarte? —preguntó Sebastián, midiendo sus palabras.
Ella bajó la mirada.
Sus dedos jugaron nerviosos con el borde de su blusa mientras sus pensamientos v