La mañana en la agencia era una coreografía de tacones, café y telas que parecían bailar solas entre maniquíes y mesas de diseño. Abril se había sumergido en sus bocetos como si pudieran salvarla del torbellino que era su vida. Cada línea, cada sombra en el papel, era un intento de recuperar el control.
—¡Abril! —la voz inconfundible de Matteo cruzó la sala como una ráfaga de perfume caro.
Matteo llevaba una camisa estampada con flores japonesas y unas gafas de sol muy grandes. Se acercó con un iPad en mano y una sonrisa más peligrosa que su nivel de sarcasmo.
—¿Puedo robarte cinco segundos? No, diez. Bueno, cincuenta y siete. Lo justo para decirte que los bocetos para el evento de Alexander están per-fec-tos… —miró el diseño sobre la mesa—. Divino, preciosa.
Abril rió entre dientes.
—Gracias, Matteo. Me hacía falta tu entusiasmo dramático esta mañana.
—Y ahora, a lo importante. —Se inclinó hacia ella con voz de conspiración—. El galán Becker.
—¿Qué pasa con él?
—Que hace buena pareja