Abril estaba envuelta en una manta gris, sentada en el sofá con las piernas cruzadas y una copa de vino entre las manos. Tenía el cabello suelto, un poco húmedo aún por la lluvia londinense y el televisor mostraba un documental aburridísimo.
La puerta de su casa sonó y afanada revisó de quién se trataba. Era Alexander sosteniendo una caja de pizza. Le abrió la puerta.
—¿Margarita con extra de queso? —preguntó con una sonrisa mientras entraba y dejaba la bandeja sobre la mesa.
—Gracias —respondió Abril sin dudar—. Estoy al borde de mi existencia.
Alexander se sentó a su lado, le ofreció una porción.
—¿Sabes qué necesita alguien al borde de su existencia?
—¿Una pastilla para borrarse selectivamente los últimos dos años de su vida? No puedo creer que tu idea de plan sea pizza y terapia emocional.
—¿Y qué propones tú? ¿Desmayarnos en una sala de hospital mientras un científico emocionalmente disfuncional nos mira con cara de Hamlet?
—Alexander...
—Ok, ok —dijo él, levantando las manos en