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La noche se deslizaba como tinta negra sobre la mansión Costa. Valeria permanecía junto a la ventana de la habitación, observando el jardín sumido en sombras. Las palabras de advertencia que había recibido esa tarde resonaban en su mente como un eco persistente: "Ten cuidado con quién confías. Hay ojos que no ves."

El mensaje anónimo había llegado a su teléfono desde un número desconocido. En cualquier otro momento lo habría descartado como una broma de mal gusto, pero ahora, con todo lo que había ocurrido entre ella y Enzo, cada sombra parecía esconder una amenaza.

—¿Quién demonios nos vigila? —murmuró para sí misma, recorriendo con la mirada los rincones oscuros del jardín.

La puerta de la habitación se abrió sin previo aviso. Enzo entró con paso firme, su figura imponente recortada contra la luz del pasillo. Llevaba el cabello húmedo y una camisa blanca a medio abotonar que revelaba parte de su torso esculpido.

—Deberías cerrar las cortinas —dijo él con voz grave—. Estás expuesta.

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