Los siguientes veinte minutos fueron un torbellino de actividad frenética. Valeria, Lucía y dos asistentes trabajaron como cirujanos de urgencia sobre el vestido herido. Cortaron la corbata de Enzo en tiras perfectas, las colocaron estratégicamente bajo la rasgadura y usaron imperdibles dorados para crear lo que ahora parecía un audaz diseño de aberturas controladas.
—Es... mejor que el original —admitió Lucía, contemplando el resultado.
Valeria asintió, sin aliento. Lo era. El contraste entre el azul mediterráneo y el oro creaba una tensión visual que el diseño original no tenía. Como si el mar se abriera para revelar un tesoro hundido.
—Claudia llevará este —decidió, entregándole el vestido a la modelo principal—. Camina más lento. Deja que vean cada detalle dorado.
Claudia, veterana de las pasarelas, entendió la intención inmediatamente.
—¿Quieres que juegue con ello? ¿Un giro al final?
—Exacto. Que cada destello parezca intencional. Una revelación, no un accidente.
Mientras Claudia se cambiaba, Valeria buscó a Enzo, pero había desaparecido. Parte de ella se sintió aliviada. Otra parte, inexplicablemente decepcionada.
El desfile estaba en marcha. Las modelos presentaban su colección mediterránea: vestidos fluidos como el agua, trajes estructurados como acantilados, estampados que evocaban mosaicos de Gaudí y azulejos andaluces.
Entonces llegó el momento. Claudia apareció en la pasarela con el vestido reconstruido. Un murmullo recorrió el público. Valeria contuvo la respiración.
Claudia caminó como si flotara, cada paso calculado para hacer que la tela se moviera hipnóticamente. Las aberturas revelaban destellos dorados que captaban la luz, creando un efecto casi mágico. Al final de la pasarela, dio un giro lento, permitiendo que el oro se fundiera visualmente con el azul.
Los flashes se multiplicaron. Varios críticos se inclinaron hacia adelante, claramente intrigados. Y entonces lo vio. Enzo Costa, en primera fila, con una expresión indescifrable.
Cuando Claudia regresó entre bastidores, fue recibida con aplausos silenciosos.
—Estuviste perfecta —la abrazó Valeria.
—El vestido es increíble. Todo el mundo está comentándolo.
El resto del desfile pasó en un borrón de adrenalina. Finalmente, llegó el momento de recibir el aplauso final. Valeria respiró hondo y caminó hacia la pasarela.
La luz la cegó momentáneamente. Los aplausos sonaban distantes, como llegando a través del agua. Sonrió, inclinó la cabeza y buscó instintivamente a Enzo.
Sus miradas se encontraron. Él no aplaudía. Solo la observaba con esa intensidad perturbadora, como desnudándola capa por capa, no solo de ropa sino de pretensiones.
Valeria sostuvo su mirada, negándose a apartarla. Un desafío silencioso pasó entre ellos, cargado de algo que no era exactamente antagonismo.
Enzo inclinó ligeramente la cabeza en reconocimiento. Valeria respondió con un gesto similar antes de regresar tras bastidores.
El caos post-desfile era diferente. Sabía a champán y sonaba a risas nerviosas y felicitaciones. Valeria recibió abrazos y elogios mientras procesaba lo sucedido. Había estado al borde del desastre y lo había convertido en triunfo.
Gracias a él. Ese pensamiento la irritaba profundamente.
—¡Valeria! —Lucía se acercó con champán—. Los compradores de El Corte Inglés quieren hablar contigo. Y tres periodistas esperan entrevistas.
Valeria asintió, bebiendo un sorbo que le quemó la garganta placenteramente.
—Cinco minutos.
Se escabulló hacia el rincón tranquilo donde había encontrado a Enzo. Los bocetos seguían allí, pero ahora los veía con otros ojos. Él tenía razón. Eran emocionales, no técnicos. Hermosos, pero impracticables.
—Sobreviviste.
No necesitaba girarse para identificar esa voz. El acento italiano había quedado grabado en su memoria.
—Más que eso —se volvió para enfrentarlo—. Triunfé.
Enzo estaba apoyado contra la pared, sin corbata, el cuello de la camisa ligeramente abierto. Parecía más accesible y, paradójicamente, más peligroso.
—El vestido fue un éxito —concedió—. Pero accidental.
—¿Accidental? —la ira burbujeeó—. Convertí una crisis en oportunidad. ¿No es eso lo que hacen los verdaderos diseñadores?
—Con mi ayuda.
—Con tu corbata —corrigió ella—. La idea fue mía.
—¿En serio? —arqueó una ceja—. Porque recuerdo haber mencionado imperdibles dorados y un forro que convirtiera la rasgadura en diseño.
Valeria dio un paso hacia él, la copa olvidada.
—¿Qué quieres, Enzo? ¿Un agradecimiento público?
—Quiero que seas honesta. Contigo misma, principalmente.
Eso la desarmó momentáneamente.
—¿Qué significa eso?
Enzo se apartó de la pared, acercándose. Demasiado cerca. Valeria podía contar sus pestañas, notar la asimetría de sus labios, sentir el calor de su cuerpo.
—Tienes talento, Valeria Montero. Talento crudo, sin refinar. Podrías ser extraordinaria, pero no si sigues engañándote.
—No me engaño —protestó, aunque una parte susurraba que tal vez él tenía razón.
—Tu colección es hermosa pero inconsistente. Tus acabados imprecisos. Tus materiales no siempre adecuados. Y estás tan preocupada por demostrar que no eres "la hija de" que has olvidado quién eres realmente.
Cada palabra era un golpe preciso. Valeria sintió que le faltaba el aire.
—No sabes nada sobre mí.
—Sé lo suficiente —su voz bajó a un tono íntimo—. Tienes miedo. Miedo de fracasar, de tener éxito, de descubrir que quizás no eres tan especial como esperaban.
Valeria quería abofetearlo. O besarlo. La intensidad de sus emociones la asustó.
—¿Terminaste con tu análisis psicológico? —preguntó con frialdad—. Tengo compradores esperando.
Enzo sonrió, transformando su rostro de hermoso a devastador.
—He terminado. Por ahora.
Sacó una tarjeta del bolsillo interior de la chaqueta, sosteniéndola entre dos dedos.
—Mi empresa busca invertir en nuevos talentos españoles. Podríamos hablar.
Valeria miró la tarjeta sin tomarla.
—¿Por qué invertirías en alguien con acabados imprecisos?
—Porque debajo de esos errores hay algo auténtico. Algo que no se puede enseñar.
La sinceridad en su voz la sorprendió. Por un momento, el arrogante hombre de negocios desapareció, revelando a alguien que realmente creía en lo que veía.
Valeria extendió la mano, pero Enzo retiró la tarjeta.
—Necesitarías escuchar. Aprender. Dejar ese orgullo que te hace rechazar críticas válidas.
—No tengo problema con críticas válidas. Solo con críticos arrogantes.
Enzo rio, un sonido bajo y cálido.
—Touché.
Volvió a ofrecer la tarjeta. Esta vez Valeria la tomó, sus dedos rozándose. Esa corriente eléctrica recorrió su piel nuevamente.
—Piénsalo —se inclinó hacia ella. Por un momento delirante, pensó que iba a besarla. Pero susurró cerca de su oído—: Y llámame cuando aprendas a coser con hilo, no con orgullo.
Se apartó con una sonrisa enigmática y se alejó, dejándola con la tarjeta, el corazón acelerado y una mezcla peligrosa de indignación y algo más.
Miró la tarjeta. Papel grueso, letras en relieve. Enzo Costa. Director de Inversiones. Gruppo Moda Italiana. Y debajo, un número escrito a mano con caligrafía artística.
Estuvo a punto de arrugarla. Casi lo hizo. Pero la deslizó en su bolsillo.
—¡Valeria! —Lucía sonaba urgente—. ¡Los compradores esperan!
—Ya voy —respondió, apartando a Enzo de su mente.
O intentándolo. Porque mientras caminaba hacia su futuro profesional, lo único en lo que podía pensar era en unos ojos verdes que la leían como a sus bocetos, encontrando todas las costuras débiles.
Y en cómo, inexplicablemente, quería que siguiera mirándola así.