Carmen intervino, dirigiendo hábilmente la conversación hacia terreno profesional.
—Estamos muy interesadas en conocer más sobre la iniciativa de GMI para diseñadores emergentes. Nuestra marca ha tenido un crecimiento sostenido en España, pero estamos buscando expandirnos internacionalmente.
Mientras Carmen hablaba, Valeria sentía la mirada de Enzo sobre ella. No era una mirada evaluadora como la del día anterior, sino algo más... personal. Como si estuviera intentando descifrar un código secreto en su rostro.
—GMI selecciona cuidadosamente a sus socios —explicó Enzo, finalmente apartando su atención de Valeria—. Buscamos no solo talento creativo, sino también potencial comercial y capacidad de adaptación. El mercado internacional es despiadado.
—Como bien sabe, nuestra colección recibió una excelente acogida ayer —dijo Valeria, incapaz de resistirse a recordarle su éxito—. Ya tenemos solicitudes de compradores internacionales.
—Un buen comienzo —concedió Enzo—. Pero un desfile exitoso no garantiza una marca sostenible. La verdadera prueba viene cuando los clientes usan las prendas en la vida real. Cuando el vestido debe soportar más que un paseo de tres minutos por una pasarela.
Ahí estaba de nuevo, esa crítica velada a su trabajo. Valeria sintió que se le tensaba la mandíbula.
—Nuestras prendas son perfectamente funcionales —respondió, manteniendo un tono profesional que contradecía la irritación que sentía—. El incidente de ayer fue una anomalía.
—Una anomalía que se convirtió en el punto culminante de su colección —señaló Enzo, con una sonrisa que no llegaba a ser condescendiente pero se acercaba peligrosamente—. A veces, los accidentes revelan posibilidades que la planificación excesiva oculta.
Antes de que Valeria pudiera responder, Alessandra intervino, colocando su iPad sobre la mesa.
—Hemos preparado un análisis preliminar de su marca —dijo con eficiencia clínica—. Sus fortalezas incluyen una estética distintiva, buena recepción mediática y un nicho de mercado bien definido. Sus debilidades: capacidad de producción limitada, inconsistencia en los acabados y falta de experiencia en distribución internacional.
Carmen asintió, tomando notas.
—Esa evaluación es bastante precisa. Justamente por eso estamos interesadas en una colaboración estratégica, no solo financiación.
—La colaboración es exactamente lo que proponemos —dijo Enzo, inclinándose ligeramente hacia adelante—. GMI no solo invierte dinero. Invertimos conocimiento, infraestructura, contactos. Transformamos promesas en realidades.
Sus ojos se clavaron en los de Valeria al pronunciar la última frase. Ella sostuvo su mirada, negándose a ser la primera en apartarla.
—¿Y qué obtiene GMI a cambio? —preguntó, yendo directamente al grano—. Además de un porcentaje de nuestros beneficios.
La sonrisa de Enzo se ensanchó, como si apreciara su franqueza.
—Diversificación. Frescura. La oportunidad de decir que descubrimos a la próxima gran diseñadora española antes que nadie más.
Había algo en la forma en que dijo "descubrimos" que hizo que Valeria sintiera un escalofrío recorrer su espalda. Como si él ya la hubiera reclamado de alguna manera.
—Tengo entendido que están considerando a otros diseñadores españoles —comentó, intentando recuperar el equilibrio.
—Estamos evaluando opciones —confirmó Alessandra—. Pero después del desfile de ayer, su marca ha ascendido a nuestra lista de prioridades.
Carmen sonrió triunfalmente, mientras Valeria procesaba esta información. ¿Había sido el desastre convertido en triunfo lo que había captado su atención? ¿O había algo más?
—Nos gustaría ver su propuesta formal —dijo Carmen, volviendo a la parte práctica—. Términos, condiciones, expectativas.
Alessandra deslizó una carpeta sobre la mesa.
—Aquí tienen un borrador del acuerdo. Proponemos una inversión inicial de dos millones de euros a cambio de un 30% de participación en la empresa. Esto incluye acceso a nuestras fábricas en Milán, distribución en nuestras tiendas asociadas en Europa y Asia, y asesoramiento técnico para mejorar la producción.
Valeria tomó la carpeta, hojeando rápidamente los documentos. Las cifras eran impresionantes, las oportunidades tentadoras. Pero algo en su interior se resistía. No era solo orgullo; era un instinto de protección hacia lo que había construido.
—Necesitaríamos tiempo para revisar esto detalladamente —dijo, cerrando la carpeta—. Y discutir algunos puntos específicos.
—Por supuesto —asintió Enzo—. Los negocios precipitados rara vez son buenos negocios. Pero me gustaría señalar que nuestra oferta tiene fecha de caducidad. Estaremos en Madrid solo hasta el viernes.
Tres días. Valeria intercambió una mirada con Carmen, quien asintió imperceptiblemente.
—Podríamos tener una respuesta para mañana por la tarde —ofreció Carmen.
—Excelente —Enzo se reclinó en su silla, estudiando a Valeria con esa intensidad perturbadora que parecía reservar solo para ella—. Mientras tanto, quizás la señorita Montero podría mostrarme su taller. Me gustaría ver dónde nace la magia.
La propuesta la tomó por sorpresa. Lo último que quería era tener a Enzo Costa en su espacio creativo, evaluando cada detalle con esos ojos que parecían ver demasiado.
—Nuestro taller es bastante modesto —respondió, buscando una excusa—. Probablemente no sea lo que está acostumbrado a ver.
—Precisamente por eso quiero verlo —insistió él—. No me interesa invertir en fachadas perfectas, sino en potencial real.
Carmen le dio una patada por debajo de la mesa, una clara señal de "no lo arruines".
—Por supuesto —cedió Valeria, forzando una sonrisa—. Podríamos ir ahora mismo, si le parece bien.
—Perfecto —Enzo miró a Alessandra—. Continúa con la señorita Vega los detalles financieros. Yo iré con la señorita Montero a conocer el corazón creativo de la operación.
La forma en que dijo "corazón creativo" hizo que Valeria sintiera un calor inexplicable extendiéndose por su pecho. Se levantó, recogiendo su bolso y la carpeta.
—Después te llamo —le dijo a Carmen, quien le dirigió una mirada que claramente significaba "compórtate".
Mientras salían del café, Valeria era dolorosamente consciente de la presencia de Enzo a su lado. Era alto, al menos veinte centímetros más que ella incluso con tacones, y caminaba con una confianza que resultaba irritantemente atractiva.
—Mi coche está a la vuelta de la esquina —dijo él, señalando hacia la derecha.
—El taller está a solo diez minutos a pie —respondió Valeria—. Y es un día hermoso.
Lo que no añadió fue que prefería caminar que estar encerrada en un espacio reducido con él. Necesitaba aire, espacio, distancia.
Enzo pareció leer sus pensamientos, porque sonrió de esa manera enigmática que estaba empezando a resultarle familiar.
—Como desee. Siempre es un placer caminar por Madrid con una mujer hermosa.
El cumplido, dicho con tanta naturalidad, la desconcertó. No era el tipo de comentario que esperaba en una reunión de negocios.
—Señor Costa...
—Enzo, por favor —interrumpió él—. Si vamos a ser socios, deberíamos usar nuestros nombres de pila.
—No hemos firmado nada aún —le recordó ella—. Y preferiría mantener esto profesional.
Él la miró de reojo mientras caminaban, una expresión divertida en su rostro.
—¿Siempre eres tan defensiva, Valeria? ¿O es solo conmigo?
La familiaridad con que pronunció su nombre la irritó y, al mismo tiempo, provocó una reacción que prefirió ignorar.
—No soy defensiva. Soy profesional.
—Hay una diferencia entre profesionalidad y construir murallas —comentó él con ligereza—. Pero respeto tus límites. Por ahora.
Ese "por ahora" quedó flotando entre ellos mientras continuaban caminando en un silencio cargado de tensión no resuelta.