La casa de los Thoberck estaba llena de vida. El aroma de la comida casera invadía cada rincón, mezclándose con las risas y las conversaciones cruzadas. Era la primera gran comida familiar después de la boda de Lucas y Emilia, y todos habían aceptado reunirse para celebrar no solo su unión, sino también disfrutar del pequeño Ezequiel, que balbuceaba desde su silla
Emilia caminaba entre los invitados con una sonrisa radiante, aunque no podía evitar voltear cada pocos segundos a mirar a su hijo. Lucas, por su parte, la observaba con orgullo, fascinado por la manera en que ella parecía iluminar la habitación con su sola presencia.
—Cada vez que te veo así, Emilia, siento que mi vida está completa —le susurró al oído, colocándole una copa de jugo en la mano.
Ella lo miró, con el rostro encendido por el amor. —Y siento que todo lo que sufrimos valió la pena.
El tío Érico se levantó alzando su copa de vino.
—Hoy celebramos la familia, la unión, y la fuerza que nos da el amor verdadero. A