Había pasado un mes desde la llegada de Ezequiel Efraín, y la vida de Emilia y Lucas parecía encontrar un ritmo sereno, entre noches interrumpidas por el llanto del bebé y mañanas de sonrisas que lo iluminaban todo. La familia estaba unida, y la paz se sentía como un regalo inesperado.
Aquella tarde, Lucas había reunido a todos en el salón principal de la casa. Emilia pensó que sería otra celebración familiar, como tantas desde el nacimiento de su hijo, pero al ver la seriedad nerviosa en el rostro de Lucas, su corazón comenzó a latir con fuerza.
La madre de Lucas, el tío Erico, Sofía y su novio estaban allí, al igual que algunos de los amigos más cercanos. Emilia, con Ezequiel dormido en sus brazos, observó a Lucas dar un paso al frente. Él llevaba en la mano una pequeña caja de terciopelo.
—Emilia… —su voz tembló, pero sus ojos brillaban con una seguridad profunda—. Desde que entraste en mi vida, me enseñaste lo que significa amar con valentía. Has estado a mi lado en la alegría y e