La casa estaba llena de luz. La risa de los primos, el murmullo de los amigos de la familia y el aroma de la cena que se enfriaba lentamente en la mesa creaban un ambiente de fiesta que Emilia no olvidaría jamás. Ezequiel Efraín dormía plácido en brazos de la niñera recién llegada, una mujer de sonrisa amable que el tío Erico había contratado con la misma diligencia con la que resolvía los negocios de la familia.
—Ya está aquí la persona de confianza que cuidará al pequeño —anunció Erico con voz firme, orgulloso de cada detalle—. Esta noche es para que ustedes dos disfruten sin preocuparse.
Emilia sonrió agradecida. Su hijo estaba en buenas manos. El murmullo de la fiesta continuaba, pero su mirada buscaba solo a Lucas, que conversaba con su madre en el salón. Cuando sus ojos se encontraron, él entendió el llamado silencioso. Con un gesto discreto, Emilia señaló la terraza.
Salieron juntos, dejando atrás la algarabía. El aire de la noche era fresco y traía el perfume de los jazmines q