El olor a desinfectante flotaba espeso en el aire de la habitación. Lucas dormía, el pulso apenas un murmullo constante en el monitor.
Emilia le sostenía la mano, acariciando con suavidad los nudillos, como si ese contacto bastará para mantenerlo anclado al mundo.
La puerta se abrió con un golpe seco.
—¡Lucas! —La voz de una mujer, afilada como cristal, quebró el silencio.
La madre de Lucas, elegante incluso en la furia, avanzó seguida de su esposo.
Detrás, un hombre de porte imponente, cabello plateado y bastón de madera oscura: el tío Erico, patriarca de los Thoberck.
Los ojos de la madre se clavaron en Emilia como cuchillas.
—Así que tú eres la razón de todo esto —escupió—. La agente de segunda que arrastra a mi hijo a la desgracia.
—Señora Thoberck… —Emilia se puso de pie, la voz temblando pero firme—.
Yo…
—¡No te atrevas! —la interrumpió la mujer, acercándose— Has sido una mala influencia desde que apareciste. Primero lo distraes de su empresa, ahora casi lo matas. No eres má