POV: Helena
El Mar Egeo era una extensión de plomo líquido cuando dejamos Ouranoupoli. Eran las cuatro de la madrugada, y el frío de la noche se pegaba a mi disfraz. Lorenzo pilotaba el pequeño bote de pesca, la única embarcación autorizada para acercarse a la frontera del Monte Athos. Franco estaba sentado a popa, vestido con ropa de trabajo oscura, con el rostro oculto bajo la visera de una gorra.
Mi identidad de Aleksandar Petrovic se sentía ahora como una segunda piel, áspera y pesada. La compresión en el pecho era un recordatorio constante de la mentira que llevaba puesta.
—Punto de infiltración a trescientos metros, Dueño —anunció Lorenzo, bajando la velocidad del motor hasta un susurro.
El Monte Athos se alzaba ante nosotros: una masa oscura, inmensa, coronada por la niebla matutina. Los monasterios antiguos estaban incrustados en los acantilados, como dientes de dragón que velaban sobre el mar. No había luz artificial, solo la promesa de piedra fría y silencio.
—Aquí. El punto