POV: Franco
El jet privado se elevó sobre el Golfo de Nápoles, dejando atrás el caos del Palazzo y la sangre fresca de la lealtad. Miré por la ventanilla cómo las luces se convertían en una red dorada sobre el mar. Arriba, en el aire limpio, solo existíamos nosotros.
Helena estaba sentada frente a mí, envuelta en una manta de cachemira, con la caja de ébano del Pergamino sobre la pequeña mesa de caoba que nos separaba. Sus ojos esmeralda, siempre fríos en público, ardían con una intensidad que no me daba tregua. Llevaba dos días de ser mi socia total, y en ese tiempo, había demostrado ser más peligrosa que cualquier enemigo.
El Martillo se siente más fuerte, pero El Cincel ahora sabe exactamente dónde golpear mi armadura.
—Tuviste tu venganza sobre el Consejo. Dura. Limpia —dijo Helena, su tono no era de admiración, sino de análisis forense. —¿Y la paz? ¿La sientes?
—Siento el silencio. Y eso es poder —respondí, sirviéndonos vino tinto de una botella abierta. —La Matriarca está congel