CAPÍTULO XXXIII

A eso de las cuatro de la tarde llegué a casa, Raquel y Bruno no estaban, así que fui a mi cuarto y me di una larga ducha para después bajar a la cocina y prepararme algo de cenar.

Entré a la cocina, extrañamente las luces no estaban encendidas así que lo primero que busqué fue la palanca.

─ ¡Carajo! ─grité asustada al percatarme de que John estaba de pie en un rincón mirándome ─, qué, qué haces ahí. Pudiste matarme del susto.

─Lo lamento ─desprendió su cuerpo de la pared donde estuvo recostado y caminó hacia mí, agarró mi cintura y me besó la coronilla ─, quería darte un sorpresa.

─Pues, pues lo has logrado ─puse mis manos en su pecho y sentí la velocidad de sus latidos, lo separé de mí y luego lo miré a la cara ─, ¿cómo entraste?, ¿cuánto tiempo llevas en ese rincón?

─Vi cuanto tu padrastro y tu madre salieron, crucé el enrejado del patio y abrí la puerta; llevo alrededor de una hora esperándote.

Lo miré incrédula. Qué loco.

─ ¿Estabas aquí cuando entré y me duché?

─Sí ─contestó con
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