Capítulo 4: Bajo la lluvia

El cielo gris y cargado de nubes parecía reflejar el caos que sentía por dentro. Una brisa fresca me erizaba la piel mientras me quedaba allí, frente a Adrián, incapaz de moverme. Cada latido de mi corazón era un eco de su mirada intensa, como si pudiera ver hasta el fondo de mi alma.

—Lucía —dijo mi nombre con un susurro que me heló y me encendió al mismo tiempo—. Ven aquí.

Tragué saliva, la garganta seca. Mi cuerpo se movía antes de que pudiera detenerlo, dando un paso hacia él. Era como si su voz fuera un hilo invisible que me arrastraba, que me ataba a su voluntad.

La lluvia comenzó a caer, primero suave, luego más fuerte, empapando mi vestido y haciendo que se pegara a mi piel. Pero no me importaba. Lo único que existía era Adrián, con esos ojos oscuros que me consumían y esa sonrisa que prometía peligro y placer.

—Estás jugando con fuego —dije, mi voz temblando tanto como mi cuerpo.

—Lo sé —respondió, su sonrisa ensanchándose—. Pero tú también quieres arder, ¿no es cierto?

Su mano se alzó para apartar un mechón empapado de mi frente. Su toque era suave, pero había algo eléctrico en él, algo que me hacía olvidar que debía resistir. La lluvia corría por su rostro, resbalando por su mandíbula fuerte y su cuello, y mis dedos temblaron con las ganas de tocarlo.

—¿Qué quieres de mí, Adrián? —pregunté, mi voz apenas un susurro entre el sonido de la lluvia.

—Quiero todo —dijo, y su mano descendió por mi mejilla, bajando por mi cuello hasta el escote del vestido mojado—. Cada suspiro, cada gemido, cada secreto que guardas aquí —su dedo se detuvo sobre mi corazón, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo.

Mi respiración se aceleró. Su cercanía, el calor de su cuerpo bajo la lluvia fría… era una locura, pero no podía resistirlo. Cuando su mano se cerró sobre mi cintura, tirándome contra él, gemí de forma involuntaria. Su cuerpo estaba duro, firme, y la presión de su mano en mi cadera me hacía sentir pequeña y vulnerable… y extrañamente viva.

—Tu hermano nunca sabrá —murmuró contra mi oído—. Esto será solo nuestro secreto.

Su aliento caliente sobre mi piel me hizo cerrar los ojos, y cuando sus labios rozaron mi cuello, sentí que me derretía. La lluvia nos envolvía, aislándonos del mundo, como si fuéramos los únicos que existían.

—No puedo… —susurré, aunque mi cuerpo ya lo había aceptado.

—Sí puedes —dijo, y su otra mano subió hasta mi mejilla, sus dedos firmes y decididos—. Porque me deseas tanto como yo a ti.

Entonces me besó, y el mundo desapareció. Sus labios eran fuego y hielo, fuerza y ternura. El beso era profundo, reclamante, como si quisiera devorarme entera. Sus manos me recorrían con una mezcla de urgencia y adoración, y cuando su lengua tocó la mía, un gemido escapó de mis labios.

La lluvia golpeaba nuestros cuerpos, pero no nos importaba. Estábamos demasiado consumidos el uno por el otro. Mi cuerpo se arqueó contra el suyo, buscando más, necesitando más. Sus manos encontraron el borde de mi vestido, empapado y pegajoso, y lo subió apenas, dejando sus dedos fuertes acariciar la piel de mis muslos.

—Adrián… —jadeé su nombre, y él sonrió contra mis labios.

—Dime que me quieres —murmuró, su voz cargada de deseo.

—Te quiero —admití, aunque la voz de mi conciencia gritaba que era un error. Pero era la verdad. Lo quería, con cada fibra de mi ser.

Él me alzó en brazos, con la facilidad de quien sabe exactamente lo que quiere, y me llevó hasta la pared cubierta de hiedra. Me apoyó allí, sus labios buscando los míos de nuevo mientras sus manos se movían con seguridad, acariciándome, reclamándome.

La lluvia nos empapaba, haciéndolo todo más intenso, más urgente. Su boca descendió por mi cuello, dejando un rastro de fuego que me hizo temblar. Cuando me miró de nuevo, sus ojos brillaban con una promesa que me dejó sin aliento.

—Esto no termina aquí, Lucía —dijo, y sus labios encontraron los míos otra vez, más profundo, más desesperado.

Y supe que tenía razón. Porque aunque la lluvia nos envolvía y el mundo parecía detenerse, no había vuelta atrás. Él era mi perdición. Y ya no me importaba.

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