La línea apareció clara y solitaria en la pequeña ventanilla del test.
Negativo.
Leiah suspiró con alivio mientras se sentaba en la tapa del inodoro, con la prueba temblando entre sus dedos.
No era el momento. No todavía.
Afuera, los primeros brotes de primavera trepaban tímidamente por el ventanal. Darren dormía aún, con el cabello revuelto y la respiración tranquila. Vivían prácticamente juntos desde enero, y aunque ella nunca lo había dicho en voz alta, esa casa también empezaba a sentirse suya. Su refugio.
Dejó la prueba envuelta en una toalla de papel dentro del cesto, se lavó las manos y regresó a la habitación. Él abrió los ojos cuando el colchón crujió bajo su peso.
—¿Y? —preguntó en voz ronca.
Ella negó con la cabeza.
—Negativo.
—Oh… —Él frunció el ceño apenas. Se incorporó, apoyando el torso desnudo contra el respaldo de la cama—. ¿Estás bien?
—Sí. Mucho mejor de lo que pensaba.
—A mí… me hubiera gustado que fuera distinto —dijo él, sin reproche—. Aunque sé que no era el mej