El silencio de su oficina era tan afilado como la verdad que no quería enfrentar.
Darren observó la ciudad desde el ventanal, con una copa de whisky intacta en la mano y el teléfono vibrando sin parar sobre la mesa de cristal. El mensaje aún sin abrir era de Johan, y ya sabía que no traería buenas noticias.
Finalmente lo leyó. Una línea bastó para detonar la furia.
“Tu medio hermano, William… otro escándalo. Acoso a una secretaria en su empresa. Tu padre ya está moviendo todo para enterrarlo.”
Darren soltó un resoplido por la nariz. No de sorpresa. De asco. De resignación.
Había esperado, por una parte cobarde de sí mismo, que el apellido que le negaron durante años no terminaran de ensuciarlo por completo. Pero los Dalbus eran expertos en arrastrar a todos con ellos cuando el lodo subía.
Marcó el número de Johan sin pensarlo.
—¿Qué más sabes? —preguntó apenas le respondió.
—Hay dinero de por medio. Un intento de soborno a la secretaria para que firme un acuerdo de confidencialidad. L