34. Mis dominios
Fausto.
—¡No me importa! Habla con Vladimir para que te asigne un grupo. ¡Quiero que desaten un infierno!— sentí la furia hervir dentro de mi.
¿Cómo el insolente gobernador de Baja California se había alineado con Salazar?
Peor aun, ¿Cómo el maldito se atrevió a mentirme a la cara en la última reunión que habíamos sostenido?.
¡Absolutamente nadie me va a ver la cara de estupido!
Respire profundamente.
Las cabezas frías siempre piensan mejor. No podía dejar que nadie me sacara de mi sano juicio.
Yo era Fausto de Villanueva y resolvería este problema como los miles que he resuelto en este mes.
De todas las cosas que tenía que manejar hoy, la maldita fiesta de Indra era la única que no podía controlar totalmente.
Todavía no comprendía totalmente porque le había prestado mi casa.
Desde que me había levantado para hacer ejercicio y atender inconvenientes de trabajo por medio de llamadas, las camionetas repletas de sillones neones no habían parado de llegar, las cajas de alcohol y ref