49. Moriría en tus brazos
Indra.
—Luces como una diosa hoy —susurró Fausto como si tuviéramos decenas de personas a nuestro alrededor. El bello hombre puso una mano en mi cadera. Si bien el papá de los gemelos era un excelente bailarín, yo estaba muy lejos de serlo.
Fausto me dio una lenta vuelta para admirarme, y yo sentí que mis orejas comenzaban a arder.
Su aroma a perfume caro y café embargó mis sentidos mientras intentaba no mirarlo a los ojos, porque sentía que si lo hacía me derretiría ahí mismo.
—Bueno... usted, como siempre, señor, luce increíblemente guapo —le dije despacio, mirando hacia el resto del salón.
Fausto me aprisionó entre sus fuertes brazos para aspirar el aroma de mi cuello, causándome demasiados escalofríos que no pude controlar.
—¿Cómo llegamos a esto, Indra? —me preguntó Fausto con dolor en la voz. A pesar de la intimidad emocional, logró seguir moviéndonos al ritmo de la lenta música.
—Todavía trato de entenderlo —me atreví a contestarle cerca de su oído.
—Mi familia, en manos de mi