35. La pólvora

Indra.

Terror. Fue lo primero que sentí cuando mi espalda se estrelló contra la pared, a un costado de la puerta.

El agarre de Fausto se intensificó en mi garganta, impidiéndome hablar. Busqué desesperada su mirada mientras mis manos intentaban quitárselo de encima.

Fausto no me miró. Podría jurar que ni siquiera me reconoció. Como si jamás hubiese tocado sus labios... tenía una mirada tan dura, como si yo fuese su mayor enemiga en ese momento.

Miré por la entrepuerta un segundo, pero solo vi oscuridad y ahí mi mente pareció cobrar sentido. ¿Dónde estaba mi familia?

Por inercia, mis manos se metieron entre los brazos de Fausto para poder practicar una clase de separación del desquiciado hombre.

Apenas logré soltarme de él, pero cuando eché a correr, Fausto me tomó violentamente por el antebrazo. Tropecé en medio de mi adrenalina y mi aturdimiento.

Sentí el dolor muscular recorrer todo mi brazo derecho. Fausto se vio obligado a soltarme porque él también perdió el equilibrio.

Mi torso
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