36. Explotó
Indra.
Los gritos de Fausto retumbaron aún en lo más profundo de mi cabeza. Él me iba a cazar, me iba a quitar a mis hijos.
La camioneta se detuvo en el aeropuerto, donde todos bajaron rápido como si estuviésemos huyendo. Y algo me decía que así era.
Johanna y Jorge desaparecieron con mis hijos directo dentro de la seguridad.
Dante me extendió un brazo para ayudarme a pararme, pero yo inconscientemente me sacudí, adolorida en todos los aspectos de mi alma.
Dante me miró como cuando yo rescaté a "El Perro" hace años. Con una mezcla de dolor ajeno, melancolía y sufrimiento interior.
Sus ojos se hicieron brillosos un segundo, pero luego me habló con una voz tan calmada que me hizo aflojar cualquier tensión que sentía. Mi sollozo salió aún más alto al sentirme tan vulnerable.
—No te voy a hacer daño, Indra —me aseguró Dante, y yo dejé que me tomara en brazos, cansada de toda esta pesadilla.
Me desplomé sobre el sillón donde Dante me depositó. Me sentí exhausta y vacía de pronto.