Sentada en una sala iluminada por la luz del atardecer que se colaba por la ventana, Eris respondía las preguntas de los sacerdotes.
«¿Cuándo fue la última vez que la reina yació con el rey?». «¿Ha tenido la reina mareos o náuseas?». «¿Cuándo fue la última vez que la sangre de la reina bajó?».
Ella respondió a todo lo mejor que pudo, con su cabeza ocupada en otros menesteres. Uno de los sacerdotes la examinó y, luego de que ella les diera una muestra de orina, la dejaron en paz. Tendrían la respuesta de su estado en los próximos días.
Eris cenó con el rey y, aduciendo cansancio, se retiró temprano, restándose de las reuniones que Erok tendría y que acabarían con vino y bailarinas como parte de la conversación. La noche era hermosa y se fue a caminar por los jardines, eludiendo la compañía del escolta. Sus pasos la llevaron al templo. Sentía el corazón intranquilo y esperaba hallar sosiego al alero de la diosa Asta, que, de momento, había oído cada una de sus peticiones.
Estuvo