Las carretas, cargadas de prisioneros, atravesaron los muros del palacio, dejando a Furr atrás. Con un aire de determinación, anunció que tenía algo por resolver antes de proseguir y que sus destinos se separaban allí. Los demás, sin más que hacer, siguieron la ruta hacia la capital, llegando al punto indicado por Eris.
Kemp habló con el encargado de las obras.
—¿Son estos los nuevos trabajadores? Nos dijeron que hoy llegarían más y vaya que los necesitamos.
Kemp asintió, esforzándose por parecer convincente.
—Son hombres pobres —explicó, porque los prisioneros estaban apenas vestidos—, pero saben ganarse el pan mejor que nadie; el hambre es la mejor motivación.
—Hambrientos, pero muy fuertes —el encargado miraba con los ojos bien abiertos los abultados músculos de todos ellos—. No perdamos más tiempo. Cojan los implementos y diríjanse hacia el norte. Hablen con Tusan y díganle que van de mi parte.
Los prisioneros, ahora ataviados con ropas de trabajo y premunidos de herramientas