Kort bajó de su caballo y lo ató junto a los de los demás. En el límpido cielo no se había elevado columna de humo alguno y aquello lo llenaba de tranquilidad. No era el único perdedor que regresaba con las manos vacías.
Eso pensó hasta que llegaron a él los primeros llantos, seguidos de quejidos y lamentos. En un sector del campamento, los Liaks tenían un corral que albergaba no cabezas de ganado, sino hembras. Hembras de todos los colores, tamaños y razas.
—Llegas con las manos vacías —le reclamó Beret, beta del alfa Rakum.
—La que hallé era especial, mucho más que todas estas, pero se me deshizo en el camino, como el agua que se evapora. Tengo para Rakum algo que lo agradará igualmente.
Kort fue escoltado hasta la tienda del alfa Rakum.
Sentado y con expresión cansina, el hermano del supremo observaba lo que tenían para mostrarle, según lo pactado en el acuerdo.
—¡Mira esta piel lechosa! Y huele... ¡Huele a bosque! Y sus cabellos, sus cabellos son plateados, como la luna. ¡Debe