XXXVII Compañía

Kaím y la hembra seguían avanzando en la cueva, oscura como la garganta de una bestia. Aquello a ella no le importaba y lo guiaba, sin errar, en la penumbra.

Algunos otros huesos se cruzaron bajo los pies del Liak y los pateó, sin darle mayor importancia.

—¿Vives en esta cueva? En el valle del Zazot también tenemos muchas cuevas que puedes visitar.

—¿Qué tiene de malo esta? A mí me parece perfecta.

La hembra se detuvo y lo empujó contra el muro rocoso. Apoyó las manos en sus hombros y juntó su boca con la de él.

«No permitas que su boca toque la tuya».

¿Acaso el Tarkut creía que él era un niño?

Desde que muriera su padre, él no había obedecido las órdenes de nadie más, pues a nadie le concedía la autoridad de doblegarlo. Y el Tarkut no sería la excepción.

Saboreó los labios de la hembra y sintió su verga alzarse con el toque vulgar de la lengua resbaladiza de la criatura.

No había probado un sabor así nunca en su vida. Era profundo y estimulante. Le hacía palpitar el corazón c
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