Prados de Luthia
El trigo crecía fuerte, absorbiendo el dorado del sol. La temporada de cosechas hubiera sido provechosa de no haber estallado la guerra.
Un rugido animal había espantado a los caballos. Los jinetes más hábiles lograron evitar ser derribados; otros, menos diestros, perecieron bajo las patas de sus bestias. Fueron los primeros en morir y lo hicieron rápido, sin miedo. Sin el miedo que mató los espíritus de sus compatriotas mucho antes de que las garras y colmillos de Akal los alcanzaran.
Quien iba a la guerra aceptaba que podría aguardarlo una muerte violenta, rápida ante el filo de una espada más veloz que la propia; un duelo entre hombres dotados de destreza y honor. No esperaban el miedo.
El rugido de Akal espantó a los caballos y paralizó a los hombres. Investido de muerte, se abalanzó sobre los soldados luthianos y los despedazó antes de que pudieran siquiera gritar.
Los campos de trigo se iban sembrando de sangre, carne y lamentos. La muerte no era rápida para