XXXII La muerte

Prados de Luthia

El trigo crecía fuerte, absorbiendo el dorado del sol. La temporada de cosechas hubiera sido provechosa de no haber estallado la guerra.

Un rugido animal había espantado a los caballos. Los jinetes más hábiles lograron evitar ser derribados; otros, menos diestros, perecieron bajo las patas de sus bestias. Fueron los primeros en morir y lo hicieron rápido, sin miedo. Sin el miedo que mató los espíritus de sus compatriotas mucho antes de que las garras y colmillos de Akal los alcanzaran.

Quien iba a la guerra aceptaba que podría aguardarlo una muerte violenta, rápida ante el filo de una espada más veloz que la propia; un duelo entre hombres dotados de destreza y honor. No esperaban el miedo.

El rugido de Akal espantó a los caballos y paralizó a los hombres. Investido de muerte, se abalanzó sobre los soldados luthianos y los despedazó antes de que pudieran siquiera gritar.

Los campos de trigo se iban sembrando de sangre, carne y lamentos. La muerte no era rápida para
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