Así como el agua fluía por una pendiente, sin resistencia alguna, fue el encuentro de Kaím con la criatura del bosque. En el beso que los unía, los pensamientos del Liak se desvanecieron, como si su racionalidad misma se rindiera al encanto suave de esos labios hambrientos.
Con la llegada de la oscuridad cálida del regocijo carnal, en la bruma de sus memorias, la demandante voz de Agna se oyó, recordándole a la distancia lo que era suyo. Se apartó de ella, pero sin soltarle los brazos.
—¿Eres una Kraia?
Nada dijo ella y trató de conseguir otro beso. Abrazó a Kaím en la noche, cobijándose del frío que le helaba la piel.
Él sonrió, seguro de haber encontrado lo que buscaba. ¿Había alguna forma de confirmarlo? Claro que sí, el alfa Tau se los había dicho, pero requería que en el cielo se alzara la luna llena. Ahora había cuarto creciente; tendría que esperar algunas noches más.
Quiso emprender el camino de regreso, pero la criatura se resistió y lo mantuvo en su sitio. Lo quería jun