Todo era llanto en la estancia de las mujeres. Desde que la tragedia se desatara en el palacio, no había día sin lágrimas o lamentos. La vida al interior de los lujosos muros era una condena indescriptible.
Arrodillada en el suelo, una de las bailarinas le suplicaba a Nov no ser la elegida para satisfacer el apetito carnal de la bestia que arrancaba cabezas con la fuerza de sus dedos.
Irritado y con los oídos llenos de tanto grito y llanto, Nov agarró del brazo a otra y el mismo escándalo se repitió.
—¡Ustedes son esclavas del rey! Desobedézcanlo y acabarán colgadas o desmembradas en la arena. ¿Es lo que quieren?
—¡Satisfacemos al rey, a él nos entregamos con honor, no a esa bestia inmunda! ¿Y qué si el rey nos mata? ¡Se quedará sin bailarinas!
Todas se agruparon, cogidas de los brazos. Nov intentó jalar a una, pero no pudo separarla de las demás. Hasta la vara más débil era fuerte cuando se juntaba con otras, pensaba Eris, viendo a las mujeres luchando unidas.
—El rey levanta una