¿El Asko la había protegido al dejarla en Balardia? Eso era lo que Eris había entendido de las palabras de Kemp, que la cruel decisión de su amado había sido por su bien.
—Definitivamente me amas más que él. Escúchame, Kemp, si quieres seguir viviendo. Esto es lo que les dirás a Nov y a los demás...
Eris salió mareada de la sala del trono. El aroma a sangre que emanaba de Kemp, la esencia de húmedo amargor de los rincones del palacio, todo contribuía a enfermarla. Fue hasta sus aposentos y se asomó por la ventana, inhalando el triste aire de Balardia, donde el amor moría. Las náuseas empeoraban y, mezcladas con la tristeza, la hicieron vomitar hasta las tripas.
Sora la encontró en el suelo del baño y la llevó a su lecho. La ayudó a cambiarse de ropa y se quedó acompañándola. Le dolía el corazón ver cómo se apagaba lentamente.
—No imaginé que algún día hubiera una mujer capaz de sufrir tanto por la partida del rey. Ha sido afortunado de hallarla y que lo amara usted tanto.
Eris tu