La franqueza de su pregunta la puso nerviosa y se quedó inmóvil, sin saber qué decir. Antes de que pudiera encontrar una respuesta, una sombra se cernió sobre ella. Unas manos firmes la tomaron por los brazos y la inmovilizaron contra el otro extremo del sofá.
—Anda, dime... ¿cómo fue?
Se inclinó sobre ella sin previo aviso.
Ella lo miraba, aturdida, perdida en esa cara atractiva de ojos entrecerrados y sonrisa descarada. El corazón le latía desbocado.
—Te voy a dar una última oportunidad para que respondas.
La presión en su voz era evidente; su paciencia se había agotado.
Cerró los ojos con fuerza y asintió, mordiéndose el labio.
—Sí... estuvo bien. Se sintió muy bien.
—Con que se sintió muy bien, ¿no?
La mirada de Paolo se tornó aterradora, aunque una sonrisa forzada se dibujó en sus labios. El recuerdo de los gemidos apasionados de la noche anterior resonó en su mente, y la rabia se encendió en su interior.
Cristina vio el fuego en sus ojos. Inmovilizada bajo su peso, su expresión