—Joven Junior, venía a preguntarle si le apetece algo —dijo Marta desde la puerta.
—Hola, Marta. Sí, tengo sed. Gracias —respondió él con amabilidad.
—Joven… yo quería preguntarle otra cosita... —comenzó Marta, titubeando. En ese momento, Mary entró en la habitación.
—Veo que ya estás despierto.
—Sí, tengo un poco de sed. Le decía a Marta —respondió él, intentando acomodarse en la cama.
Marta miró a Mary de reojo. No le agradaba su presencia en la hacienda.
—Sí, joven. Ya le traigo el jugo —dijo Marta, saliendo apresuradamente de la habitación.
—¿Dónde estabas? —preguntó Junior.
—Fui a dar un paseo. Todo está muy hermoso.
—Es aún más hermosa La Casa de las Rosas. Esa sí que es una hacienda. Papá la cuida mucho. Tienes que conocerla, te gustará.
Mary guardó silencio. Conocía demasiado bien La Casa de las Rosas, y no quería volver allí.
—Su jugo, joven —interrumpió Marta al regresar.
—Mamá, ¿quieres tomar algo? —preguntó Junior con naturalidad.
—No, mi amor, gracias —respondió Mary, con