En los días siguientes, Isabel no hacía más que salir acompañada de su abogado. Se les veía muy ocupados, trabajando sin descanso en los asuntos legales y financieros. Mientras tanto, Juliana continuaba visitando a Pedro en el hospital, siempre acompañada de su hijo.Michael, por su parte, estaba sumergido en su trabajo, pero no lograba dejar de pensar en Isabel. Aquella sensación le incomodaba profundamente, y eso lo irritaba. Nunca antes se había sentido así. Era como una frustración constante. Esa mujer había puesto su mundo patas arriba, como si lo dominara, como si sus pensamientos ya no le pertenecieran.Le costaba entender cómo una mujer de figura frágil y aire inocente podía hacerle tanto daño. Pasaba noches en vela pensando en ella, deseándola en silencio. Quería besarla, tocarla, tenerla. Jamás imaginó que terminaría sufriendo por alguien que, aparentemente, lo ignoraba por completo.¿Tendría dueño su corazón?Carlos aprovechó un momento para preguntarle a Michael por los av
El alivio volvió a Isabel. Se sentía segura nuevamente en su casa. La policía había asignado varios agentes para su protección, y ella misma había reforzado el sistema de seguridad privada. Eso la tranquilizaba.Pasaba los días ocupada: haciendo llamadas, visitando abogados y representantes. Su relación con Juliana se había enfriado. Apenas cruzaban palabras, y rara vez se veían en el comedor.Mientras tanto, Pedro comenzaba a hacer preguntas. Su curiosidad despertaba, y Juliana, sin dudar, decidió contarle la verdad. Al oírla, Pedro comenzó a recuperar fragmentos de su memoria: eran vagos recuerdos, pero eran la clave para entender por qué estaba allí.Lo que no sabía era que su mente pronto recordaría más de lo que hubiera querido.Michael fue hasta la mansión con la excusa de visitar a Juliana, pero en realidad deseaba ver a Isabel. No podía dejar de pensar en ella. Al llegar, fue Pedro quien lo vio primero, desde el jardín.Apenas lo divisó acercarse por el camino, una ola de imág
Michael se sentía terrible. Pedro había sobrevivido tanto a los golpes como al accidente, y ahora estaba de nuevo junto a Juliana, la mujer de quien él había intentado separarlo sin éxito. Pero eso no era lo peor. Isabel lo había escuchado referirse a Pedro como “maldito negro”. Michael no había considerado las consecuencias de esas palabras... y ahora era demasiado tarde.Isabel, de piel canela, lo había mirado con profunda decepción. Se notaba en su rostro que se sintió herida. Y con razón. Si antes lo ignoraba, ahora sin duda lo odiaría. Michael sabía que debía intentar arreglar las cosas… aunque ya no sabía cómo.Mientras tanto, Carlos finalmente encontró el paradero de Carlina. El lugar no podía ser más desolador: un barrio olvidado, donde la miseria convivía con la drogadicción y el abandono. Sentada en el suelo, con un cigarrillo colgando de los labios, Carlina parecía una sombra de la mujer que alguna vez fue.—¿Carlina? —la llamó.—Sí… ¿Quién lo pregunta?—Carlos Robles.Carl
—¿Qué hiciste... qué dijiste? —preguntó Carlos, enfurecido, con la voz temblando de rabia contenida.—La vendí a una mujer —respondió con frialdad—. Me pagó muy bien.—¡Dime el nombre! ¡Dámelo ahora mismo! —gritó Carlos, cada vez más fuera de sí.—La vendí a Rafaela Martín. Una mujer poderosa... y muy rica.Carlos se quedó inmóvil por un segundo, como si las palabras se hubieran clavado en su pecho.—¿Vendiste a mi hija... a Rafaela? —repitió, incrédulo.—Sí. Eso fue lo que dije —confirmó la mujer, sin ningún remordimiento.—¡Maldita sea! ¡Eso no puede ser!Carlos se levantó de golpe. Sus manos temblaban al sacar varios billetes de su billetera. Los lanzó con furia sobre la mesa. Ella, rápida y codiciosa, los recogió con una sonrisa torcida, dejó uno en la caja y salió rumbo a su auto sin decir palabra.Carlos, paralizado, murmuraba una y otra vez:—Esa chica es mi hija… ¡es mi hija! Y Rafaela lo sabía. Sabía desde el principio quién era, y aun así me la arrebató. Cada lágrima que le
La pérdida de sus dos hijos la había marcado profundamente, pero Mary encontraba cierto consuelo al pensar que al menos el niño estaría a salvo con su padre, quien sabría cuidarlo y ofrecerle lo mejor. Sin embargo, no podía decir lo mismo de su pequeña. No sabía quién la tenía, ni en qué condiciones vivía. La imaginaba desamparada, frágil, necesitada del amor y del calor de una madre. Su mente se atormentaba día tras día con imágenes de su hija descuidada, maltratada, sola... y eso la destruía por dentro.Ahora más que nunca necesitaba ver a Pedro. Tenía que explicarle tantas cosas. ¿Por qué se había marchado al pueblo solo, sin decirle nada? Sabía que había personas peligrosas que no querrían verlo de nuevo, y eso la preocupaba profundamente.Pedro, por su parte, estaba lleno de emoción por la llegada de su madre. Ya se había puesto en contacto con ella, y había informado a sus superiores sobre su paradero y todo lo ocurrido. Además, le confesó que había encontrado a sus hermanos. Ma
—¡Eres el niño más hermoso del mundo! —exclamó Mary mientras abrazaba al pequeño con ternura. Luego dirigió su mirada a Juliana, con una sonrisa cálida—. Mucho gusto, y gracias por cuidar de mi muchacho.—El gusto es mío, señora Mary —respondió Juliana con amabilidad.—No me digas “señora”, que no soy tan vieja —añadió Mary con una risa ligera.Juliana no se esperaba tanta calidez de su parte. La imaginaba distinta, más distante quizá, pero lo que encontró fue una mujer amable, con una energía maternal que la envolvía. A su parecer, Mary era una persona buena, de gran corazón, y sin duda una figura importante en la vida de Pedro.Al salir del aeropuerto, Mary se colocó las gafas de sol y pidió llevar al niño en su regazo durante el trayecto. En el auto, Juliana le sugirió que se quedara con ellos en casa, pero Mary declinó con suavidad.—No quiero incomodar a nadie —dijo—. Estaré más tranquila en un hotel.Juliana no podía apartar los ojos de ella. Era como mirar a Isabel… la misma ex
Aquel era, sin duda, un buen día para Carlos Robles, el poderoso y temido dueño de la hacienda Los Robles. Un hombre ambicioso, de esos que no conocen límites cuando se proponen algo. Carlos era experto en conseguir todo lo que deseaba, sin importar el precio ni los medios. Su fortuna no era precisamente fruto del trabajo honrado, sino de una astuta y calculada estrategia: enamoraba mujeres mayores, adineradas, las envolvía con palabras dulces y promesas vacías… y luego las dejaba, llevándose consigo su fortuna como único recuerdo.Carlos era un hombre maduro, de estampa imponente. Alto, bien parecido, con un aire juvenil que desafiaba los años. Casado desde hacía quince años con Margaret, una mujer buena, sumisa y discreta, que le había dado dos hijas: Margarita y Marcela. Pero Carlos no la amaba; ella solo formaba parte del paisaje de su vida acomodada.La hacienda Los Robles era su reino. En esas tierras fértiles se cultivaba café, plátano, soya… productos que abastecían buena part
Los Gallardo, a causa de la sequía, habían perdido casi todo lo que tenían, y lo poco que les quedaba lo iban vendiendo poco a poco para poder subsistir. Carlos observaba la necesidad de la familia y quiso aprovecharse de eso. Michael llegó casi de inmediato a la casa.—¿Qué te trae a mi humilde casa, compadre? —preguntó el recién llegado.—Vengo a proponerte un negocio, Michael, amigo mío.—Si me conviene, ¿por qué no? —respondió Michael, entusiasmado.—Quiero ser lo más sincero posible, Michael, y quiero hacerlo delante de tu mujer. —El tono de Carlos era bastante serio, lo que empezó a preocupar a Michael, quien había tomado una silla frente a su compadre.—Ustedes saben que yo no tengo hijo, tengo dos hermosas hijas, pero no es lo mismo. Yo quiero que mi ahijado, Michael, a quien quiero mucho, viva en la hacienda. Yo voy a correr con todos sus gastos educativos, como lo he hecho hasta ahora, y todo lo referente a su futuro.Un silencio profundo se apoderó de la casa. Michael y Hel