MASSIMO
No me he movido de la cama en horas. Son las nueve de la mañana y, aunque el sol se filtra por las cortinas, no tengo intención de levantarme todavía. Es el único día de la semana en el que me permito este lujo. No hay reuniones. No hay llamadas. No hay responsabilidades. El mundo puede arder allá afuera, pero mi domingo es sagrado.
Sigo tumbado entre las sábanas de algodón egipcio con el teléfono apoyado en mi pecho. Observo una de las cámaras de vigilancia con una tranquilidad casi extraña en mí. Ella está ahí. En la oficina.
Sienna.
Lleva rato pintando, tal vez desde que amaneció. Usa la ropa que le dejé sobre la cama el día anterior: una camiseta suave y unos pantalones cómodos. Su cabello está recogido en un moño mal hecho, con mechones rebeldes cayéndole a los lados. Hay algo encantador en verla así. Concentrada. Ajena a todo lo que la rodea. Tararea una canción que no reconozco mientras mueve los pinceles con una precisión inesperada. Está tan absorta que parece que el r