SIENNA
— Dime que es mentira —le pido con la voz quebrada.
Todo mi cuerpo tiembla descontroladamente.
Massimo forma una línea fina con su boca. No se acerca cuando vuelvo a retroceder un paso. S in embargo, mantiene sus ojos fijos en todos mis movimientos. Atento a mí.
— Lo siento, Sienna.
Siento un dolor en el corazón, como si alguien estuviera apretando mi pecho a tal punto que corta mi respiración. Llevo una mano a ese doloroso punto, sintiendo mi acelerado pulso.
— No puede ser —sollozo—. No puede… No pude despedirme…
Los oscuros ojos de Massimo me transmiten algo que jamás había visto en ellos: lástima. Una profunda pena que se expande hasta mí.
No dice nada. Solo se queda inmóvil.
De repente, algo llega a mi mente.
— Espera… ¿Hace cuánto lo sabes?
Su expresión cambia de inmediato. Los músculos de sus hombros se tensan.
— No te había dicho nada porque…
— ¿Hace cuánto, Massimo? —insisto.
— Hace dos días.
Abro la boca, pero no emito ningún sonido. No puedo. Mis piernas no respon