MASSIMO
— ¿Y cuándo piensas decirle?
La voz de Matteo suena seca, sin rodeos. Como siempre.
Agarro con fuerza la copa de vino entre mis dedos y me obligo a no responder de inmediato. En vez de eso, tomo un gran sorbo, dejando que me queme la garganta como si eso pudiera suavizar lo inevitable.
— Puta madre... —respondo al fin, apoyando el vidrio contra mi rodilla mientras lo observo girar lentamente el líquido oscuro—. Estoy intentando evitar ese momento.
Estamos sentados en la pequeña habitación de piedra, escondida entre los viñedos que rodean la finca. Un sitio antiguo, con paredes frías, húmedas, llenas del olor penetrante del roble y el vino envejecido. Aquí se guardan las botellas más viejas, las que alguna vez pertenecieron a nuestros padres. Una cava silenciosa.
Matteo está frente a mí, recostado en un sillón de cuero desgastado que cruje con cada movimiento. Se lleva su copa a los labios, pero no bebe de inmediato.
— Tiene que ser lo más pronto posible, Massimo —insiste, con