MASSIMO
Su expresión es como de película de terror. Y lo disfruto como nunca. Hace mucho tiempo que no tenía con quien divertirme.
Esa jaula había estado vacía desde que Antonella llegó a mi vida. Me hizo prometerle que jamás la volvería a usar para t0rturar a mis enemigos. Y bueno… Sienna no es mi enemiga, ahora es mi futura esposa. Y con respecto a Antonella, esta bien enterrada en mi cementerio personal.
Doy una gran calada a mi cigarro y dejo que se condense en mis pulmones, para luego soltarlo lentamente frente a su rostro. Molestándola aún más.
— Prefiero morir antes que casarme contigo —zanja, apretando los dientes como una fiera.
Me extraña su respuesta. Quien esta encerrada es ella y no yo. Quien esta en peligro es ella, no yo. Quien podría morir ahora mismo es ella, no yo. Y aún así, tiene la osadía de hablarme como se le da la gana.
Fascinante…
— Sabía que dirías eso… —Traslado el peso de mi cuerpo hacia la otra pierna—. Pero seguro que a tu madre no le gustaría que su hija desapareciera sin explicación.
Sienna abre los ojos y pronto su boca pierde rigidez, transformándose en asombro. ¿O miedo?
— ¿Co… cómo sabías? —tartamudea, atónita.
Empiezo a caminar por toda mi oficina, inquietándola aún más porque necesita mi respuesta. Hasta que llego a mi escritorio, me acomodo y espero unos segundos más, disfrutando de su desespero. Hasta que por fin hablo.
— ¿No creías que te tenía encerrada sin saber nada? —Enarco una ceja—. ¿En serio no sabes quién soy?
Sienna cierra la boca y lleva sus manos a su espalda. Seguro ocultando sus nervios, lo que no sabe es que yo ya lo había notado. Por cada paso que da mi presa, yo voy dos delante de ella.
Observo como su respiración cambia, como su pecho sube y baja con rapidez y todos los intentos fallidos que hace para controlarlo. Escucho como truena sus dedos a su espalda y como retuerce los pies sobre la madera.
— Pues bien, dejaremos las formalidades para después. —Tomo un bolígrafo y comienzo a revolver las hojas que hay sobre la mesa, intentando encontrar lo que preciso—. No es que las necesitemos para casarnos.
— ¿Por qué m****a haces esto? —espeta—. ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me tienes aquí? No soy un puto animal de circo como para que tengas el derecho de encerrarme en una jaula. Solo te falta exhibirme y esperar un espectáculo —su voz sale con un veneno que conozco muy bien. Es odio. Lo que ella no sabe es que no me importa en lo absoluto ser odiado. El odio, el poder, y el miedo mueven el mundo. Mi mundo.
Levanto lentamente la vista de mi escritorio, la observo en silencio por unos segundos, dejando que su propia respiración entrecortada se haga más fuerte en la habitación insonorizada. Luego, dejo el bolígrafo sobre la mesa con un leve clic y me inclino apenas hacia adelante.
— ¿Sabes qué es lo más curioso de todo esto, Sienna? —mi voz es tranquila, casi indiferente, pero mis ojos no la dejan moverse ni un centímetro—. Que ahora eres mía.
Dejo que la frase flote en el aire, saboreando la forma en que su cuerpo se tensa.
— Anoche, cuando te encerré aquí, aún tenía opciones —continúo, con calma—. Podía matarte, venderte, intercambiarte como moneda de cambio… Pero ahora, después de pensarlo bien, he encontrado una solución mucho más… conveniente.
Me pongo de pie con lentitud, rodeando mi lugar de trabajo hasta quedar justo frente a los barrotes de hierro perfectamente pulido.
— Ya que arruinaste mi boda, es justo que la reemplaces. —Inclino la cabeza, estudiando cada mínima reacción en su rostro—. Tú serás mi esposa, Sienna. Y créeme… de nada te sirve oponerte.
La miro a los ojos marrones con calma, mientras su voz tiembla de rabia.
— ¿Qué harás si no acepto? ¿Matarme? No me importa morir, no me asusta.
Miente. Es obvio. Lo he visto antes, más veces de las que estoy dispuesto a admitir. Esa fiereza en los ojos de alguien que se aferra a una ilusión de valentía. Pero en los de ella hay algo diferente, algo real. Extraño.
Me acerco otro paso, dejando que el silencio pese antes de hablar.
— Porque si no lo haces… dejaré que tu madre muera por su enfermedad terminal. Sola. Sin tener idea de tu paradero. —Mis palabras le caen como una bofetada. Sus pupilas se dilatan, y sé que ha entendido a la perfección lo que estoy diciendo—. ¿Qué crees que pensará cuando su hija no vuelva dentro de un mes? ¿Después dos? ¿Luego tres? ¿Qué pasará cuando pase un año y muera debido a su angustia?
La veo endurecer la mandíbula, pero el miedo ya está ahí, vibrando en cada fibra de su cuerpo.
— ¿Qué harás cuando no puedas ir a cuidarla como lo haces todos los días a las dos de la tarde?
Su expresión se desmorona. No necesito que diga nada, puedo verlo. Se está imaginando la escena. Es fácil, demasiado fácil jugar con los miedos de las personas cuando sabes exactamente dónde apretar. Y yo lo sé.
Me inclino un poco más, disfrutando del silencio que ahora nos envuelve.
— ¿Qué harás, Sienna? —mi voz baja un tono, casi en un susurro, pero cargada con todo el peso de mi amenaza—. ¿Esperarás la segura muerte de tu pobre madre y la tuya propia? ¿O te casarás conmigo y dejarás que mi gente le proporcione los cuidados necesarios?
Es entonces cuando la veo quebrarse. No con palabras, ni con gritos. No. No, esta vez lo hace en silencio, como los que saben que han perdido la batalla antes de poder siquiera luchar.
Una lágrima rueda por su mejilla. Me mira como un ciervo que sabe que ha sido atrapado por una pantera. Lo único que queda es esperar el golpe final.
Lo bueno para ella… es que yo ya la he destrozado por completo.
Abre la boca, pero tras unos segundos vuelve a cerrarla. Veo como su labio inferior tiembla y como le cuesta sacar las palabras.
— ¿Prometes que estará sana y salva? —pregunta con voz queda.
— Siempre y cuando no te apartes de mi lado… Tienes mi palabra —le aseguro. Por ahora…
Sienna no me cuestiona más. Tampoco pregunta por mi extraña urgencia de casarme. Solo asiente, aceptando su condena. Así que tomo eso como señal de que he vuelto a ganar.
Entonces, le acerco el acta matrimonial y mi bolígrafo.
— Pon tu firma al lado de la mía.
Ella sostiene la pluma con su mano derecha temblorosa, parece sopesar las letras allí escritas. Hasta que, sin remedio, firma. Me devuelve los objetos con desgana y salgo de la oficina sin dirigirle una palabra más.
No tengo tiempo para sus berrinches, pero siempre puedo regodearme con ellos desde mi habitación, observándola a través de las cámaras que registran todo día y noche.
Camino por los largos pasillos de mi hogar. Los pasos de unos cuantos empleados resuenan en la alfombra por encima de los míos. Algunos pasan cabizbajos a mi lado, intentando tener el mínimo contacto visual conmigo, sin rozar lo descortés. Un gesto al que ya me he acostumbrado desde que asumí el mando del clan Leone.
Mientras reviso mi lista mental de tareas pendientes, Matteo viene hacia mí con su habitual paso firme. Se ajusta el traje con un mano y con la otra sostiene un iPad y una pluma.
— Signore Leone, tiene que estar en el ring en cinco minutos —anuncia.
— Es mi casa, Matteo. Te recuerdo que aquí soy yo quien decide cuándo y cómo. —Mi tono es tranquilo, pero lo suficientemente firme para que entienda su lugar.
Como siempre, no muestra emoción alguna. Solo asiente levemente.
— Lo sé. Pero si lo hace esperar más, querrá largarse. La misma historia de todos los días.
Sonrío de lado, divertido.
— Entonces asegúrate de que no lo haga. —Ajusto el puño de mi camisa—. A menos que quieras tomar mi lugar en el ring.
Matteo no responde. Pero noto el ligero apretón en su mandíbula.
Entonces, carraspea y anota unas cuantas cosas en la pantalla, para luego levantar la vista e inspeccionar mi rostro.
— Veo que sigue intacto, signore.
— Sabes que odio la ironía. Habla claro —zanjo.
Él se endereza y prosigue con la conversación.
— Me refería a que la mujer de allá —señala con el mentón el final del pasillo—, no lo destrozó. ¿No cree que tiene un carácter bastante extraño dada su situación?
— Me parece que se cree valiente porque no sabe quién tiene al frente. No te preocupes, pronto se arrepentirá. Espera mis instrucciones.
Matteo no me contradice. Lo que me da a entender que debería dejarle en claro a Sienna quién manda. Pero eso será mañana.
Doy por terminada la conversación con mi consigliere, hasta que me detiene del hombro con un suave toque justo cuando voy a avanzar.
— Creo que debería saber que uno de sus hombres fue a verla y ella le pidió algo para cambiarse de ropa, una manta y una almohada. Solo estamos esperando sus órdenes.
Lo medito por un segundo antes de responder.
— Dado el infierno que esta a punto de vivir, me parece que algo de dignidad no tiene nada de malo.
Mi mano derecha asiente una vez con la cabeza.
— Y otra cosa —se apresura a decir. Yo enarco una ceja y lo miro exasperado—. Es que no solo pidió eso. También solicitó un lienzo, pinceles, y acrílicos.
— ¿Un lienzo? —repito, soltando una risa seca mientras me paso la lengua por los dientes—. Interesante. ¿Piensa que está en una jodida galería de arte?
Matteo no responde, solo espera mi veredicto.
— Dáselos —digo finalmente, encogiéndome de hombros—. Quiero ver qué demonios tiene en la cabeza antes de que se la reviente la realidad.
Hola queridas lectoras. Por si aún no me conoces, soy Val. Gracias por estar aquí y darle una oportunidad a esta historia que me tiene obsesionada. Estoy escribiéndola con el corazón en llamas (y con varios ataques de risa, drama y caos incluidos). Me encantaría leer sus comentarios, saber qué sienten con cada capítulo, si aman u odian a los personajes. Los leo absolutamente todos, así que no se guarden nada. Y si les está gustando, no olviden seguirme para no perderse lo que se viene… porque esto recién empieza.