SIENNA
Perdí la cuenta de cuantas veces he rondado por la casa y pasado por el mismo pasillo en donde se encuentra Massimo. Han pasado horas. Demasiadas.
El reloj avanza lento, como si el tiempo también tuviera miedo de moverse en esta casa. Ya me he duchado, me he cambiado, incluso he intentado leer algo o distraerme con mi celular, pero nada funciona. La ausencia de noticias de Matteo, y sobre todo de Massimo, me carcome. Nadie entra, nadie habla, nadie hace nada. El silencio me está volviendo loca.
Finalmente, decido que no puedo seguir esperando como si no estuviera ocurriendo nada. Camino por el pasillo alfombrado, descalza, con el corazón repicándome en el pecho. Me detengo frente a la puerta de su habitación. Dudo. No quiero invadirlo, pero también sé que está herido. Que no ha comido, que ni siquiera ha dejado que lo vean.
Levanto la mano y golpeo la puerta, una, dos veces.
Nada. Silencio.
Me muerdo el labio. Respiro hondo y giro el picaporte.
La habitación está en penumbra, so