Início / Mafia / Prisionera del Deseo / Capítulo 2: Deberías obedecerme
Capítulo 2: Deberías obedecerme

SIENNA

Mi frente choca con algo cuando intento levantarme. De repente, el aire en el espacio reducido evita que pueda respirar. Intento desatar mis manos y pies, pero no lo consigo.

Estoy atrapada en alguna especie de caja de madera imposible de abrir. La desesperación me consume en la oscuridad, tanto así, que empiezo a patear la cubierta. Sin éxito, y cada vez más ahogada, empiezo a pensar en que este es mi fin.

Mis gritos no son escuchados y supongo que mis súplicas son ignoradas. Moriré aquí, enterrada viva.

***

El aire regresa a mi pecho como si en verdad me hubiera faltado. Todo fue un sueño… Todo…

—No… —jadeo—. No. No. Por favor…

Observo la jaula enorme que me rodea, tomo los barrotes de acero que salen desde el suelo hasta el techo. ¿Qué carajos es esto?

—Veo que ya despertaste… —dice una voz que me sobresalta. Entonces, me percato en la sombra de un hombre al frente de los enormes ventanales.

Algo me hace retroceder de inmediato cuando se gira y empieza a dirigirse hacia mí. De la nada, las luces se encienden a su paso, dejándome ver por completo en el lugar en que me encuentro. No me lo esperaba, pero es una oficina. Y él… Es Massimo.

Trago saliva cuando se detiene justo al frente de la jaula. Mis pies amenazan con dejar de funcionar. Y por más miedo que tenga, no puedo permitirlo.

—Dime tu nombre —ordena con una voz que me hiela los huesos.

Mis ojos viajan a la sangre seca sobre su camisa blanca y las pocas salpicaduras que tiene sobre su cuello tatuado. Sus ojos oscuros se concentran en mí, tanto que me hacen querer apartar la mirada, pero no lo hago.

No respondo porque no me salen las palabras.

—Deberías obedecerme, porque si no lo haces terminarás igual que mi hermano y mi prometida — me amenaza, apretando la mandíbula afilada—. Pero eso ya lo sabías…

Oculto mis manos temblorosas en mi espalda. No soy tan estúpida como para no responderle al hombre que hace unas horas asesinó a su propia familia. No sé quién es este tipo, pero tampoco quiero averiguarlo.

—Sienna —pronuncio en voz baja—, Sienna Bellini.

Massimo ladea la cabeza, una expresión que me recuerda a un depredador. Y yo soy su presa.

—Sienna Bellini… —repite mi nombre como si lo estuviera probando en su lengua—. ¿Y quién carajo eres tú?

—La asistente de Leticia — digo lo primero que se me viene a la cabeza.

Massimo suelta un bufido sin un dejo de humor. Sus cejas azabaches enmarcan su mirada asesina. Entonces cruza los brazos en una señal de impaciencia, permitiendo que sus músculos se claven en su camisa.

—Mientes —afirma sin dudar—. Y odio que me mientan. ¿Quieres saber qué les pasa a los mentirosos en mi mundo?

No. No quiero.

—Yo… Yo no… —no puedo completar la frase porque siento que se me corta el aire.

—Tuviste suerte hoy. ¿Sabes por qué? Porque despertaste. Otros no lo hacen.

Sí está tratando de jugar con mi miedo, creo que le esta funcionando.

—Voy a repetirlo de nuevo: ¿quién eres y por qué estabas en mi boda? — pregunta pausadamente, como si creyera que mi cabeza no puede procesar esa simple frase. Su tono amenazante me hace querer vomitar, pero creo que no es el mejor momento para ocultar la verdad. Algo me hace pensar que ese hombre ya sabe la razón y solo espera que se lo confiese.

—Porque me contrataron para estar allí —suelto, mirándolo a los ojos para que acepte mi veracidad. Aunque por dentro quiero llorar.

—¿Quién?

—No lo sé. —Y es verdad.

Massimo se pasa una mano por el cabello azabache con frustración. Un gesto bastante atractivo si no fuera por la situación. Este hombre irradia poder.

Siento como si estar cerca de él me hiciera cada vez más pequeña. Tengo miedo. Pero la vida me ha enseñado a no demostrarlo, o por lo menos intentarlo.

—Me estoy empezando a hartar de tus respuestas vagas.

De repente, del bolsillo trasero de su pantalón saca una daga afilada.

—No quería llegar hasta este punto, pero me estás haciendo el trabajo más difícil.

No me da tiempo de reaccionar cuando la daga ya está en el aire. Cierro los ojos de golpe, esperando que el impacto no llegue. Y gracias al cielo, no lo hace. Cuando me atrevo a mirarlo, sus ojos han cambiado, si antes había una pizca de compasión en ellos, ahora se ha desvanecido.

Bajo la mirada hacia el costado de mi cuerpo. La hoja de la daga está clavada en la pared a mi espalda, justo al lado de mi pierna. Mi pecho sube y baja con descontrol.

—La siguiente va directo a tu arteria femoral. Perderás la conciencia en unos diez minutos antes de morir desangrada en esta celda. Y eso sí tienes suerte. Dime ¿quién te envió? —dice súbito—. No tengo paciencia para juegos.

Entonces entro en total pánico. No me guardo nada.

—Por favor. Créeme. No tengo idea. La persona insistió en hablar en anónimo. No sé quién es porque nunca me lo dijo. Me pidió que arruinara una boda. Yo solo hice mi trabajo a cualquier costo — suelto todo con desesperación, al borde del llanto.

Massimo enarca una ceja.

—¿Tienes idea de lo que hiciste? ¿O solo fuiste una marioneta más, bailando para alguien que va a dejarte pudrir aquí?

La mitad de su rostro está iluminado por la farola más cercana, haciendo que se vea aún más tenebroso de lo que parece. Este hombre no tiene intenciones de sacarme de aquí. Y yo no tengo intenciones de quedarme. Debo ser más inteligente.

—Yo solo hice mi trabajo. Necesitaba el dinero — trato de sonar más firme. A pesar de que hace un segundo estaba suplicando por mi vida—. No sabía de quién era la boda.

—¿Y de qué te sirvió? Ahora estás sin la pasta y sin libertad — dice en un tono casi burlón que no llega a su cara.

Lo peor es que tiene razón.

—No pensarás dejarme aquí… — jadeo, viendo en mi mente todas las posibles muertes en este lugar—. No puedes hacerlo. Yo… Sí te preocupa que le diga a alguien. No lo haré, mi boca está sellada. — Alzo los brazos en señal de rendición.

Massimo toma una silla y se sienta, estira las piernas y se pone cómodo. Eso me da a entender que nuestra conversación será larga. Lo cual me aterra más.

—No sabes cuántas veces he escuchado lo mismo. Adivina dónde están los que estuvieron pisando el mismo suelo sobre el que estás. — No espera mi respuesta—. Así es, tres metros bajo tierra.

—No puedes dejarme aquí — digo en un suspiro, no puedo creer que me esté hablando en serio. No hice nada tan grave como para merecer esto. ¡Es un psicópata!

—Sí te quieres ir vete, nadie te lo prohíbe…

—Abre la puerta.

—No.

Maldigo el día en el que prioricé el dinero antes que mi seguridad. Maldigo al idiota que me trajo a esta situación. De seguro sabía dónde me metía. Me mandó a la boca del lobo y yo lo acepté, es más, entré a sus fauces sin protestar. Todo por la maldita necesitad de esa suma exorbitante de dinero.

Ahora estoy aquí, con mis piernas temblando, amenazada de muerte, secuestrada dentro de una jaula, con un hombre al frente que tiene cara de que disfruta asesinar y sin opción de reproche.

Estoy jodida.

No debería tener un vestido blanco, debería ser negro para el funeral al que iré. El que claro, estaré protagonizando desde el ataúd.

Sin más, Massimo se levanta de su asiento y me dedica una mirada triunfante y afilada.

—Siéntete cómoda… No es como si fueras a salir pronto de ahí.

Entonces estallo, no debería teniendo en cuenta las circunstancias, sabiendo que puede lanzarme otra de sus dagas a la frente y acabar con mi vida, pero lo hago. No sé de dónde reúno el valor para decirle las siguientes palabras:

—Eres un hombre peligroso que de seguro siempre consigue lo que quiere — empiezo, al principio temerosa, pero cuando sus ojos oscuros se fijan en los míos, toda mi valentía vuelve a mí—. ¿Por qué deberías dejarme viva? Eso solo denota una cosa: Me necesitas. Quieres respuestas porque aún no las tienes. Y las personas que seguramente lo sabían los asesinaste en una iglesia. No vas a matarme —aseguro, siendo más inteligente que él.

—No. — Niega con la cabeza lentamente, y entonces esboza una sonrisa aterradora mientras camina hacia la salida—. Te equivocas. Te dejaré viva hasta que mi revolver decida lo contrario.

Cierra la puerta a su espalda y entonces, solo entonces, me permito derrumbarme en el suelo y llorar desconsoladamente.

Mis rodillas chocan contra la madera con un golpe mudo, y me dejo caer como si el peso del mundo, ese que he cargado durante días, semanas, años, por fin hubiera encontrado el momento perfecto para aplastarme. El silencio que deja su ausencia en la habitación es casi ensordecedor, como un eco cruel que me recuerda que ahora estoy sola… verdaderamente sola, sin gritos, sin intimidaciones, sin máscaras. Solo yo, mis pensamientos y el llanto que brota sin permiso.

Las lágrimas bajan por mis mejillas sin detenerse, ardiendo como si cada una llevara consigo todo lo que me han quitado: la libertad, la dignidad, la inocencia. Me abrazo las piernas con fuerza, intentando contener el temblor en mi cuerpo, pero es inútil. No hay abrazo que pueda detener esta avalancha. La garganta me arde de tanto llorar, y cada sollozo es una pequeña implosión, un pedazo de alma que se rompe y se vuelve ceniza.

No lloro solo por lo que he vivido, sino por lo que temo que está por venir. Porque si algo he aprendido, es que en este mundo nadie te salva... pero todos están dispuestos a destruirte.

Y mientras me deshago en lágrimas, una verdad se clava en mi pecho como una daga helada: aquí, llorar es un lujo que no podré permitirme dos veces.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App