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Prisionera del Deseo
Prisionera del Deseo
Por: Val Cruz
Capítulo 1: ¿Cómo arruinar una boda y no morir en el intento?

SIENNA

No hay mejor manera de arruinar una boda que aparecer con un vestido del mismo color que el de la novia. Después de todo, para eso me contrataron.

Estoy frente a las enormes puertas de la iglesia en La Toscana. Es un día perfecto para realizar un matrimonio… Y también para acabarlo.

He llegado media hora antes de que empiece la ceremonia, el tiempo perfecto para hacer lo que tengo en mente.

—¿Cuánto quieres para que en el momento en que den el: “Sí, acepto”, entres impidiendo el matrimonio? —le pregunto a la primera persona que se cruza en mi camino.

Es un hombre lo suficientemente apuesto como para que los invitados se lo crean.

—¿Disculpa? —Enarca una ceja.

—¿Eres un invitado? —pregunto, directo al grano. Entre más rápido termine, más rápido tendré el dinero en mis manos.

El hombre dirige su mirada a la iglesia a mis espaldas. Lo entiende de inmediato.

—No… pero… —duda, porque después de todo, soy una desconocida.

—Perfecto. ¿Cuánto quieres para hacer lo que te pido?

Luego de darle las instrucciones específicas y la mitad del dinero, me dirijo hacia la pequeña casa a un costado del lugar. Según mi empleador, allí se arregla la novia, su madre y sus hermanas.

Mientras bajo la velocidad para no arruinar mi vestido, pasa una mujer lo bastante atareada como para notar que se le ha caído el ramo al suelo. Lo recojo y le sonrío con amabilidad.

—Se te ha caído esto. —Señalo el ramo con peonias blancas.

—¡Oh, por Dios! Creo que este día va a volverme loca. Hay tantas cosas para hacer —suspira.

Entonces lo comprendo, ella es la organizadora. Y para mi suerte, la pobre está demasiado ocupada.

—¿Deseas que te ayude en algo? —Esbozo mi mejor sonrisa.

La mujer de mediana edad reacomoda los objetos que lleva en sus brazos.

—No te preocupes. Es mi trabajo, linda.

No puede ser tan difícil…

—Solo lo decía porque te veo muy afanada. Sí quieres puedo llevarle esas cosas a la novia, y así tu te ocupas de lo demás.

La mujer abre los ojos. Lo único que puedo ver en ellos es gratitud.

—¿Harías eso?

Asiento con modestia. La verdad es que siempre se me ocurren las ideas sobre la marcha, pero esta mujer me puso todo en bandeja de plata.

Cuando acepta, pone sobre mis brazos el velo de la novia, el ramo y dos cajas que contienen los regalos para los invitados. Se va corriendo cuando la llaman porque algo le ha pasado al pastel. No fui yo, pero me facilitan mi trabajo.

Primero, dejo las cajas detrás de un arbusto.

—Sin boda, no hay regalos… —murmuro para mí, intentando contener la sonrisa de satisfacción.

Luego, decido que sería buena idea prenderle fuego al ramo de flores. El encendedor que siempre llevo conmigo y las hojas secas seguro ayudarán.

—¡¿Dónde está Leticia?! —grita una mujer desesperada desde el interior de la casa. Supongo que es la novia, llamando a su organizadora.

Dejo la pequeña fogata que hice atrás y cruzo el umbral. Lo primero que me recibe son los ojos juzgones de tres mujeres, llenos de rabia, viéndome de la cabeza a los pies.

La novia esta de espaldas, ajena a la situación, sentada en una silla con una persona adicional ayudándole con el peinado.

Casi lo olvido. Llevo un vestido blanco, y las que creo son sus hermanas, están a punto de matarme.

Se acercan en silencio y me llevan hacia otro cuarto.

—¿Quién eres y por qué tienes un vestido casi idéntico al de Antonella? —me encara la mujer más alta de las tres.

Carraspeo la garganta y decido que culparé a alguien más. Hoy perderá su trabajo, pero eso no me incumbe.

—Soy la asistente de Leticia. Fue ella quién me dijo que no había problema con eso. Supongo que se equivocó… —Mis labios forman una fina línea, finjo estar apenada.

La mujer de vestido verde oliva refunfuña y rueda los ojos.

—Ve a cambiarte. Y que Antonella no te vea así. —Me fulmina con la mirada.

Vaya excusa tan estúpida que acabo de decir. No sé cómo pudo creérsela. Sin embargo, asiento tímidamente.

—Oh, por cierto —recuerdo—, Leticia me pidió que le dijera a la novia que su ramo no había podido llegar y que aquí está su velo. —Se lo extiendo. La hermana lo toma de mala gana y se gira para volver al salón anterior. Las demás mujeres la siguen sin mirar atrás.

Bien, el primer punto en el plan está completado: Desesperar a la novia.

Ahora iré por el novio.

Subo las escleras hacia el segundo piso, esperando encontrármelo por casualidad, pero sucede todo lo contrario. En cambio, proveniente de algún lugar del tercer piso, escucho murmuros. Me asomo indiscretamente para observar hacia la hermosa claraboya en el techo. Sin embargo, no logro ver nada más que eso.

Los pasos empiezan a alejarse, por lo tanto, es el momento de ir a echar un vistazo. De seguro puedo averiguar la manera de acabar con este matrimonio de una vez por todas. La persona que me contrató especificó que no importaba la manera en que lo hiciera, pero que deseaba que la boda no se llevara a cabo.

Cuando llego al pasillo en el que había escuchado las voces, ya no hay nadie. Recorro un poco el piso, abriendo cuidadosamente algunas de las puertas de las habitaciones, pero no hay nada. En el instante en que estoy a punto de darme por vencida, un hombre grita:

—¡No puedes hacerme esto, Antonella!

¡Bingo!

Al final de uno de los corredores está la novia y un hombre con traje. Supongo que es el novio.

—¿Qué no puedo hacer exactamente? ¿Casarme? —replica la mujer de blanco.

Me oculto detrás de una pared, y por si acaso empiezo a filmar con mi teléfono.

—Piénsalo bien. ¿Cómo diablos vamos a seguir juntos si vas a casarte con Massimo? —dice el hombre apretando la mandíbula.

La novia baja la voz y lo obliga a hacer lo mismo.

—Te recuerdo que es tu hermano de quien hablas.

—Si, pero no creí que fueran a llegar tan lejos —susurra—. Cancela esta maldita boda y escápate conmigo.

El hombre parece suplicarle con los ojos, la toma de los hombros mientras ella niega con la cabeza.

—Sabes que no puedo hacerlo —solloza—. Massimo nos perseguiría hasta acabar con nosotros. ¿Quieres eso? ¿Que pasemos el resto de nuestras vidas huyendo?

Mi cara es indescriptible cuando sus bocas se juntan en un profundo beso, uno lleno de terror. No lo entiendo. ¿Quién diablos es el tal Massimo como para que estén así de aterrados?

El hombre limpia las lágrimas que caen por el rostro de Antonella.

—Quiero pasar mi vida contigo. No me importa cuándo, cómo, ni dónde. Y mucho menos me importa lo que mi hermano pueda hacernos — habla decidido, mientras sostiene las mejillas de ella entre sus manos.

—¿Por qué estás tan seguro de que no irá tras nosotros?

—Porque tengo algo que podría destruirlo.

Ambos acuerdan que se irán juntos antes de que el padre los declare marido y mujer. Eso significa que debo hallar la manera de mostrarle al novio este video antes de que acaben.

Salgo corriendo antes de que se percaten de mi presencia y empiezo a atar los hilos en mi cabeza. Si dejo que siga el curso de lo que planean, eso ya contaría como “no dejar que la boda se lleve a cabo”, ¿o no? ¿Sería bueno dejar el futuro de mi dinero en manos de unos desconocidos apasionados? ¿Y si se echan para atrás y luego no tengo tiempo de evitar el matrimonio?

Lo mejor es que yo me encargue.

Creo que ya no hay necesidad de hacer todo lo que tenía en mente. Ya con esto que tengo en mis manos es suficiente para arruinar todo. Además, no sería tan divertido si no hay un escándalo.

Todos los presentes sentados a mi alrededor murmuran indignados al observar mi vestido. Siendo sincera, me causa gracia el hecho de que nadie se atreva a venir a reclamarme.

Entonces, entra el novio seguido de dos hombres, entre ellos su hermano. Massimo es un hombre alto y lo suficientemente atractivo como para que me cuestione la elección de Antonella. El otro a su lado, le murmura algo al oído a Massimo. Me parece que tiene un aire de misterio que lo rodea, como si fuera su propia sombra y no pudiera escapar de ella.

Aguzo el oído, esperando alcanzar a escuchar algo, pero en su lugar, entre los invitados se instala un silencio sepulcral cuando la marcha nupcial comienza. La novia entra como si nada, extrañamente alegre dado lo ocurrido. Ni siquiera se da cuenta de mi vestido.

— Si que sabe actuar de maravilla… — susurro para mí.

Como era de esperarse, con toda la parafernalia, discursos, palabras aburridas y vacías, el hombre al que le pagué nunca llega. Gracias al cielo que ya no lo necesito.

Entonces llega mi momento. El ambiente se torna tenso cuando me pongo en pie, pero nada que no pueda resolverse con un buen video.

El sacerdote, quien está hablando sin parar, se detiene un segundo cuando camino por el largo pasillo hasta llegar al altar. Massimo y Antonella abren los ojos al mismo tiempo, estupefactos. Creo que el hombre esta a punto de gritarme cuando le arrebato el micrófono al padre.

— Damas y caballeros, un placer estar hoy aquí —empiezo—. Antes de que se alarmen, debo mostrarles una sorpresa que ha preparado la novia para su futuro esposo.

— ¿Qué m****a crees que haces? — habla entre dientes, sin dejar de sonreír ni un solo segundo.

La miro de reojo mientras la pantalla a nuestras espaldas se enciende con el video que grabé hace un rato. Es ahí, cuando estalla el escándalo. Todo el mundo se cubre la boca, asombrados por las palabras de ambos.

—No. No. No es lo que parece, amore mio —dice Antonella, tratando de calmar la marea.

Al hombre se le transforma la cara. Su expresión es el vivo retrato del mismísimo demonio. Como si la rabia lo consumiera. De repente, empiezo a sentir un temor descomunal.

—¡No, si es así! —grita el hermano de Massimo, quien se levanta muy digno de su asiento—. ¡Ella y yo nos amamos y lo sabes!

Cuando creo que nada puede ir peor, al fondo de la iglesia, alguien suelta un alarido desesperado.

—¡Fuego!

Giro la cabeza como un látigo hacia la ventana y efectivamente era eso. Entonces, todos empiezan a correr hacia la salida, despavoridos.

Lo que jamás me esperé, es que el hombre sacara de su traje un revolver y le apuntara directamente a la novia. Me quedo paralizada, como si mis pies no quisieran responder, como si mi sentido de supervivencia se hubiera esfumado.

De pronto, mas de 10 hombres rodean al hermano apuntándole a la cabeza.

—De rodillas —ordena Massimo a ambos con una voz de ultratumba.

Mi respiración se vuelve errática, mientras mi corazón golpea mi pecho con fuerza.

La mujer no deja de llorar y suplicar por su vida. Una escena aterradora.

—Sí tan solo le hubieras dicho que no a Dimitri, solo tal vez, no tendrías este destino —declara. Sin una pizca de compasión le dispara entre ceja y ceja. El cuerpo cae a mis pies. Es tanto el horror que no puedo parar de temblar.

Entonces Massimo se devuelve hacia su hermano, quien suelta un grito de dolor.

—Siempre quisiste tomar todo lo que era mío, hermanito. Ahora verás a mi mejor amiga: la muerte —enuncia con una voz que me hiela la sangre.

El disparo no tarda en llegar, retumbando por toda la iglesia.

Apenas doy un paso atrás cuando él se gira hacia mí. Sus ojos oscuros me taladran con una frialdad que me deja sin aliento. La sangre de Antonella sigue goteando de su mano, y sin titubear, suelta con voz firme:

—Llévensela.

El pánico se enreda en mi garganta, pero me obligo a no demostrarlo. Aun así, el aire se vuelve denso cuando se acerca, inclina la cabeza con una media sonrisa que no le llega a los ojos.

—Apareciste vestida como la novia... Qué ironía. Ahora vas a enterrarte con ella.

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