Prisionera de mis adicciones
Prisionera de mis adicciones
Por: Andrea Mariana
1. Mis pecados

Indra.

Abrí el ojo izquierdo de golpe. Cada músculo ardió con punzadas de dolor.

Patalee en medio del aire por instinto, lo poco que pude notar fueron las tenues luces amarillas. La bolsa de tela sobre mi cabeza hizo todo aún más difícil de distinguir.

Se me aceleró la respiración y pronto sentí que me faltó el aire cuando comencé a sollozar. Estaba colgada como si fuera un animal en una carnicería.

Un sollozo se convirtió en un chillido de horror que intenté apaciguar mordiéndome los labios.

Mi cuerpo tembló sin que pudiera controlarlo en lo absoluto.

Volví a intentar mover los engarrotados brazos y los calambres sobre las axilas fueron el peor dolor que había sentido hasta este momento.

¿Qué día era hoy? ¿Donde estaba? ¿Mi familia me estaba buscando?

Dios mío... mi papá.

¿Qué le habrían dicho a mi padre?

Fausto... Fausto de Villanueva ¿El me secuestro para deshacerse de mi?

Los flashbacks llegaron como latigazos.

Me iban a torturar.

A matar.

El dolor ascendió a una migraña tan insoportable que lo único que deseé fue poder volver a desmayarme.

Jamás en toda mi vida me hubiese involucrado de manera voluntaria con alguien como Fausto de Villanueva.

Me mintieron a la cara, fui manipulada, usada y desechada como una muñeca más.

Un crujido detuvo mi histérico llanto.

Una puerta chilló cuando se abrió o se cerró.

Pasos suaves, respiraciones ligeras.

El ruido de cadenas me hizo temblar aún más.

De golpe caí brutalmente al suelo encharcado, la respiración y mi alma parecieron huir por unos segundos de aquel lugar.

Alguien me arranco la bolsa de la cabeza, tuve que entrecerrar el único ojo bueno para ver un poco del sucio cuarto donde yacían más cuerpos colgados en la misma posición que yo había estado.

La sangre había caído de ellos como ríos.

Solloce más alto cuando noté que el destrozado vestido se volvió a empapar de carmín.

¿Que clase de infierno era este?

La ansiedad en mi interior me quiso desgarrar el corazón.

Las cadenas siguieron en mis sucias manos.

Y ahí en medio de las muñecas cortándome la circulación estaba la Pandora que me había regalado Fausto.

Nadie me la había quitado.

Fijé la mirada en unas botas negras de hule, incapaz de levantar la cabeza.

El terror de alzar la vista y descubrir que mi asesino sería Fausto caló dentro todas las memorias que había obtenido de él.

Desorientada, maltratada, confundida, aterrada y sobre todo dolida. Eran las emociones primarias que sentía querían salir por medio de gritos y espasmos de mi cuerpo.

Escuché más pisadas y Dios... porfavor solo hagan lo que vayan a hacer rápido.

Ya no quería sentir más dolor.

Por favor...solo pedía eso.

Mantenme ya.

Todas las imágenes que alguna vez papá me había obligado a ver en sus reportes acerca del narcotrafico aparecieron en mi cabeza.

¿Yo iba a ser una foto más? ¿Una estadística más?

—Les dije que tuvieran decencia idiotas— la suave voz del hombre al cual le miraba aun los zapatos no me tranquilizó al no reconocerla.

¿Por qué el karma decidió hacerme esto?

—¿La querías viva no? Esta bien vivita— abrí el ojo bueno realmente asustada cuando reconocí la voz de Kai lejos de mi.

El había sido el sujeto que me había ahorcado hasta dejarme inconsciente.

Inmediatamente alce la mirada hacia el hombre frente a mí que vestía ropa deportiva negra, los ojos azules claros fueron lo único que visualicé a través de su máscara de Annonymus.

Por favor. Por favor no me dejes con Kai.

Supliqué mentalmente con lágrimas bajando del rostro.

Kai era un psicópata. Me torturaría lentamente sin nunca saciar su sed de sangre.

Los ojos azules del hombre se cerraron un segundo, y luego se escuchó su profundo suspiro.

Lo mire sacarse la máscara dejando ver a un muchacho de cabellos castaños claros ondulados y cara cuadrada perfectamente marcada. Se veía demasiado joven.

Igual que Kai, ambos parecían no pasar de mi edad.

La misma edad y estaban en mundo tan diferente al mío.

En una desagradable realidad a la que había sido orillada a entrar.

—Cuando te de una orden Kai, espero que la sigas al pie de la letra. Se supone que tienes un cerebro funcional, el cual debería ser capaz de seguir órdenes— el rubio habló en un gruñido que marcó su manzana de edén.

Escuché cortas risas de un tercero y un alto bufido. No me atreví a mirar a la terrorífica persona que había sido parte de mi secuestro.

—Di lo que quieras pero cumplí mi misión—No se quien era el líder de esta situación pero Kai sonó tan seguro.

Tan soberbio y orgulloso.

Cómo el.

—Pues era parte de tus obligaciones imbecil, ahora regresen a la base. Y consigue unos pantalones decentes— finalizó duramente el joven de ojos azules.

Las carcajadas fueron más altas cuando las puertas volvieron a ser azotadas dando paso a la salida de gente como Kai.

El muchacho y yo nos quedamos en un silencio que solo era cortado por mis ahogados sollozos.

El cuarto de color rojo ahora vacío de vida humana parecía una película de horror con todos los cuerpos que olían a podrido.

Estaba rodeada de cadaveres.

—¿Puedes pararte?— me dijo el hombre.

No deje de llorar mientras intentaba impulsarme con los brazos. No tenía fuerza.

Mis piernas ni siquiera reaccionaron an mis comandos.

¿Como sabía que este hombre no era peor que los demás? Un mounstro a puerta cerrada como él.

—No es mi voluntad herirte Indra, pero tengo una agenda que me gusta seguir al pie de la letra— cuando dijo mi nombre el muchacho me quedé fría. Como si el hielo hubiese echo su paso a través de mis venas.

Estas personas habían estado detrás de mi. Yo había sido el objetivo.

¿Por qué? ¿Por quién?

El hombre me cargo en brazos y mi cuerpo quiso gritar de dolor.

Apenas y logré hacer una mueca al salir al iluminado pasillo. Lo cual me obligó a esconder mi único ojo bueno contra su pecho.

Las paredes metálicas reflejaban luces frías. El aire olía a desinfectante... y a muerte.

Había otro hombre de piel morena recostado en el pasillo frente a nosotros, tenía una capucha negra sobre sus ya de por si grandes ropas.

Las pobladas cejas se alzaron al ver al joven que me tenía en brazos.

Su recuerdo llegó a mi como un piquete más de dolor. Ese hombre había estado con Vladimir el día del antro de Playa del Carmen.

Lo sabía. Todo esto fue idea del hombre que dijo amarme.

La cena de alianzas, ese día a pesar de todo lo que le dije a Fausto, el nunca pareció preocupado por el hombre.

Después de todo Vladimir trabajaba para el.

Me mintió a la cara. Y yo fui tan ilusa para nunca sospechar nada.

Tal vez este teatro continuaría hasta que mi cuerpo estuviera bajo tierra para que así Fausto tuviese la consciencia tranquila de saber que el no me había matado.

Después de todo se supone que yo nunca en mi vida había tenido conocimiento de la existencia de estas personas.

Yo no debería de reconocer a este hombre.

Ni siquiera debería de estar aquí.

—Me voy a las Bahamas en lo que resuelves este asunto, ya tengo listo el helicóptero— la voz del moreno hombre salió con un fuerte acento en las letras R.

—Está bien, de todos modos no tengo planeado tardar, ya sabes como es Dante— la voz del joven rubio siguió calmada mientras ambos caminaron por aquel laberinto subterráneo al parecer.

Perdimos en silencio al moreno por unas escaleras de metal en forma de caracol.

Nosotros anduvimos por otro pasillo a la izquierda hasta que finalmente el hombre abrió con su espalda la puerta de un helado cuarto. Una enfermería.

Una mujer de cabellos tan rojos y largos como los de Valentina alzó la vista de su libro. Su piel blanca y su cara simétrica la hacían ver más bonita aun.

Ella frunció el ceño y luego cerró el libro de tapa dura.

El hombre me recostó en una fría camilla; en ese instante la mujer comenzó a hablar rápidamente en un idioma totalmente desconocido para mi.

La pesadez que ahora sentía y los escalofríos del frío y terror me hicieron tartamudear palabras sin sentido entre más lágrimas.

¿Me iban a torturar aquí? ¿Me abrirían en dos el abdomen y me sacarían los intestinos como en los reportajes que había llegado a ver con Emiliano?

El hombre contestó perfectamente en el mismo lenguaje.

Sus siseos trataban evitar subir de tono, pero el muchacho se vió notablemente cansado.

La mujer de cabello rojo se acercó a mi y me limpio una lagrima.

¿Por qué hacían esto? ¿Por qué jugaban a las buenas personas si iban a ser unos demonios dentro de poco?

Ahora Kai no me parecía tan enfermo después de todo.

Mire sus frías y delgadas manos dirigirse a unas tijeras y yo sollocé audiblemente.

–Solo cortare, solo cortare—ella intentó hablar mi idioma para calmarme.

Con un acento incluso más marcado que el del hombre moreno.

Las tijeras se deshicieron de todo lo que no fui nunca. Una princesa.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP