Secretos al descubierto (2da. Parte)
Al día siguiente
New York
Lance
El trayecto hasta la casa de mi madre se me hace eterno. Siento el peso en el estómago, como si cargara una piedra. Respiro hondo frente a la gran puerta de hierro y, por un instante, pienso en dar media vuelta. No lo hago. No puedo. Hoy debo decirle la verdad.
Toco el timbre. Mis nudillos suenan más firmes de lo que siento por dentro. A los pocos segundos aparece el ama de llaves, siempre con la misma calma.
—Hijo, tu madre está en el comedor desayunando —dice en voz baja.
Le agradezco y camino hacia allí. A cada paso siento el mismo nudo en el estómago; no vine solo a desayunar, vine a soltar una verdad que puede cambiarlo todo.
Apenas entro, mi madre levanta la vista de su taza de café. Sus ojos se iluminan primero de sorpresa y enseguida de ternura.
—Hijo, ¿cómo estás? —pregunta, incorporándose un poco.
Me acerco y la saludo con un beso en la mejilla.
—Bien, gracias, mamá.
Ella me hace un gesto para que me siente.
—¿Me acompañas a desayunar?
—Claro,